Aun con el posible enfriamiento estacionario de la economía durante abril pasado, la mayoría de los indicadores económicos del primer cuatrimestre siguen pronosticando (y confirmando) una nueva ‘fiebre’ de inversiones en México y en América del Norte, a partir de una nueva etapa del comercio mundial cuyo epicentro está en nuestro territorio.
Como en otros episodios históricos en los que se ha registrado alguna ‘fiebre’, en este que vivimos también hay optimismo, cierto exceso de confianza, y expectativas que alimentan la especulación y el apetito por el riesgo. Sin embargo, el entorno no es el mismo que han experimentado los mercados en otros momentos, ni aquellos antiguos gambusinos que viajaron grandes distancias en busca de oro. Pero, en uno y otro caso, hay señales que tranquilizan y otras que llaman a la cautela.
La primera es que el modelo económico continuará sin alteraciones, tanto en lo macro, como en lo micro. Es decir, continuará la prudencia del Banco de México en el manejo de la inflación y los programas sociales directos hacia los segmentos de la población más numerosos se mantendrán sin cambios e incluso se ampliarán.
A reserva de que se haga un análisis de las cifras de pobreza en el país, el comportamiento de la economía mexicana revelará una estabilidad para millones de hogares que, poco a poco, se incorporarán a un segmento social superior gracias a ingresos que proporciona la política pública de atención social y un mercado de trabajo robusto, que hoy registra la tasa de empleo más alta desde que se mide este indicador.
La segunda señal de tranquilidad será el gasto en infraestructura en 2025, el cual contemplará otros grandes proyectos, igual de emblemáticos que los de este sexenio, en todo el territorio nacional, lo que mantendrá una oferta amplia de empleos. Todavía faltan aeropuertos, carreteras, trenes de alta velocidad y muchas otras instalaciones en sectores como el energético, la manufactura especializada y la fabricación de microcomponentes, que seguramente serán el motor inicial del nearshoring.
En ambos polos, el público y el privado, la inversión ya está comprometida y los planes se ajustarán poco en los próximos meses. Para los mercados no hay tiempo que perder y las posibilidades de consolidar un polo económico en América del Norte deben hacerse realidad antes de la revisión del T-MEC.
Una tercera señal de confianza es la estabilidad social en México, más allá del desencuentro de puntos de vista, que no han derivado en conflictos, huelgas o movimientos populares que alteren la marcha del país, por algún descontento o injusticia. Aunque ha sido un periodo ríspido y, en ocasiones, con nula civilidad, la sociedad, a partir de sus diferentes sectores, ha manifestado sus posiciones en paz.
Por el otro lado, a pesar de la tendencia sostenida a la baja en la percepción y en la comisión de delitos en los últimos dos años y medio, la seguridad pública continúa siendo el principal reto; igual que la cohesión de los sistemas de salud y educación públicos. Sin dejar a un lado el objetivo de alcanzar un estado de bienestar auténtico que pueda darle viabilidad a un tercer sistema, el de las pensiones.
Un elemento que apoya la idea de prudencia es el envejecimiento de la población y la necesidad de incorporar a miles de jóvenes a trabajos dignos para generar el equilibrio financiero que ha provocado la longevidad (recuperaremos la expectativa de vida después de la pandemia), con un bono poblacional que se reduce en cada medición que hace el INEGI acerca de la natalidad en México.
Ninguna economía funciona en piloto automático, ni obedece a todas las leyes de los mercados. Es un equilibrio que debe unir la prudencia con el riesgo calculado. Aprovechar esta coyuntura puede ser clave para que México consolide no solo su posición económica, sino también su importancia dentro del nuevo ciclo comercial que se avecina en el mundo. Un ciclo que tendrá que ir de la mano de la prosperidad y el desarrollo de la mayoría.