John Templeton nació en 1912 en Winchester, una pequeña comunidad en el estado de Tennesse, en Estados Unidos. Fue el primer habitante de su pueblo en ir a la universidad y en 1937 inició una legendaria carrera en Wall Street. Es, probablemente, el padre de los fondos de inversión modernos.
Audaz y calculador, Templeton dijo una vez que “los mercados alcistas nacen del pesimismo; crecen en el escepticismo; maduran en el optimismo, y mueren en la euforia”. Pienso que estamos justo en la etapa optimista, con una madurez de mercados alcanzada en seis años de manejo responsable de la economía; pero que, ante la sorprendente participación ciudadana del domingo, tuvieron una sobrerreacción que, aunque no es extraña, nunca debe desestimarse.
Durante varios meses, compartimos que los indicadores y los análisis confirmaban la estabilidad de la economía mexicana. No habría sorpresas y por ello no había motivos para el nerviosismo. Sin embargo, los fundamentos de esta calma fueron superados por una arrolladora decisión ciudadana que, esa sí, no estaba contemplada en ningún escenario, particularmente en lo que corresponde a la conformación del Congreso y lo que ello implica en el corto plazo.
Siendo los mercados una mezcla de propensión y aversión al riesgo, con esa dualidad de razón y emoción, lo que ocurrió a principios de semana fue una respuesta poco reflexiva: una depreciación de 48 horas del peso (para el miércoles fue la moneda que más se apreció en el planeta) y una caída de la Bolsa Mexicana de Valores que después recuperó algo de terreno el mismo lunes y el jueves por la mañana había superado el aparente susto.
En ambos episodios, oportunamente se hizo contacto directo con inversionistas y con la población en general, a través de mensajes de tranquilidad y continuidad en los que figuró el secretario de Hacienda (actual y futuro), como garante de certeza que, por lo visto hasta hoy, fueron eficaces.
No creo que se tratara de un ‘berrinche’ de los mercados, sino de una adaptación a una nueva realidad que no se tenía calculada. Si bien la participación ciudadana está dentro de los porcentajes de hace seis años, la voluntad popular emitida fue contundente hacia la opción de continuar con este modelo de gobierno. Otorgar los números necesarios para llevar a cabo grandes reformas y modificaciones legales es un fenómeno que se ve poco en las democracias modernas. De paso, muchos mitos alrededor de este proceso quedaron sepultados y esa puede ser la explicación de una respuesta de unos mercados que estaban más acostumbrados a entender la realidad con herramientas del pasado, cuando México y su sociedad ya están dando pasos hacia el futuro.
De fondo, esta nueva realidad terminó por asentarse en el contexto económico y, como cuando uno se sube por primera vez a un juego mecánico o se avienta un clavado desde un trampolín, los nervios eran más antes que al final de la experiencia.
Eso no quiere decir que, como sociedad, dejemos de prestarle atención al entorno financiero, ni que pensemos que los enormes desafíos que todavía tenemos por delante como país han sido superados. Esta es una nueva etapa, y todas las nuevas etapas causan incertidumbre; sin embargo, también es cierto que, una vez que caemos en cuenta de que no es distinto a lo ya vivido, podemos continuar avanzando con confianza.
Y esa es la clave: la confianza. En la economía; en la sociedad; en la corresponsabilidad con la que debemos conducirnos; en la participación en los asuntos públicos, desde el vecindario hasta la última institución a la que acudimos con regularidad; en la educación de los más jóvenes; y en la conformación de hogares en los que esta voluntad que hemos hecho patente se traduzca en acciones y en comportamientos cívicos que mejoren las condiciones de vida de la mayoría. Estoy seguro de que ese es el mensaje que se ha enviado y también que somos una sociedad en constante evolución, con una consciencia cada vez más despierta, para tomar en nuestras manos el destino del país que es nuestro.