Hay de inversiones a inversiones y todas, sin excepción, llevan un riesgo. Sin embargo, para eso se conducen análisis, se revisan indicadores y se interpreta el comportamiento de la economía en su nivel macro y micro. Incluso, se mide la confianza de la población, aunque se trate de una emoción y no necesariamente de razones y de reflexión.
Hasta el momento, y dudo que ocurra algo distinto en los próximos meses, no hay ningún motivo fundado para preocuparse acerca del estado de nuestra economía, salvo por la velocidad con la que podrán absorber los mercados una nueva realidad en la composición del poder en México. Y, por varias señales que dieron en las últimas semanas, el ánimo de inversión sigue intacto; si no, mayor.
El ajuste en el tipo de cambio no ocurrió solamente por la sorpresiva decisión mayoritaria de la sociedad mexicana de otorgar una continuidad con presencia calificada en el Congreso, también hubo factores externos que después de unos días terminaron por confirmar que era un nerviosismo pasajero.
No obstante, un factor que moderaría este optimismo en el segundo semestre es la próxima elección presidencial en los Estados Unidos, a la que habrá que sumar las implicaciones de la reciente convocatoria a votaciones en Francia y el aparente giro de ultraderecha que afecta a Europa. Hablo de que la afecta, porque es un continente que, tristemente, alcanzó su hora cero: una mayoría de población en la tercera edad, con una minoría de jóvenes y adultos que contribuyen al sistema de pensiones, el cual está sujeto a presiones como nunca. Al mismo tiempo, con una demanda de empleos que solo pueden ocuparse con población migrante, que sí cuenta con la juventud y sus bondades económicas, pero que es el pretexto perfecto para grupos e intereses que avivan al racismo en cada país miembro de la Unión Europea. Que la guerra en Ucrania y el conflicto en Oriente Medio continúen tampoco ayuda; en tanto surgen tensiones en Asia y la estabilidad que había mostrado India comienza a moverse por la aparición de fuerzas opositoras a su primer ministro, el líder mejor evaluado en el mundo por su población.
En cualquier negociación satisfactoria, siempre hay que tener claro qué se va y qué se queda, dentro de los límites establecidos para lograr un acuerdo. Parece que el mundo se encuentra en un momento de negociaciones delicadas internas y externas de suma importancia, entre fuerzas que aparecen y otras que se diluyen, alterando el tablero del planeta, como lo conocíamos en las últimas cuatro décadas.
La realidad es que estamos ante un cambio global de modelos y de regímenes, es decir, un cambio de época histórico. Muchas empresas cometerán un error si estiman que este momento que vivimos únicamente es una transición de personas o de proyectos económicos y sociales. Como en otros periodos de nuestra historia, este es un cambio de concepción, de ideas y de modelo de nación. No han sido muchos y éste, felizmente, es uno pacífico, lo que no ocurre en otros puntos del mundo.
Poco a poco, más rápido entre los organismos empresariales y en las corredurías, queda claro que los siguientes seis años serán de una consolidación de este cambio total de mentalidad hacia la estructura de poderes en México. Vamos hacia un sistema de equilibrios diferentes, en la que una mayoría social ya involucrada participa y los grupos que concentraba muchas decisiones se adaptan o se aíslan corriéndose a los extremos. Por los ejemplos europeos, ese es un camino de demasiada incertidumbre y eso sí hace que los inversionistas se alejen.
Ahora, tenemos el reto en lo económico y en lo social de adaptar nuestro papel a este cambio de modelo que entrará en una siguiente etapa para recuperar valores y principios que nos lleven a la prosperidad que está a nuestro alcance con un país como el nuestro y en las condiciones en las que nos hemos colocado para transformar la economía del mundo. Retos hay muchos todavía, pero una etapa de optimismo le cae bien a cualquier sociedad inteligente.