Luis Wertman Zaslav

Made in

México, por encima de otras naciones, es la nueva tierra de las oportunidades para emprendedores y nuevas empresas.

Hubo una época en la que la mayoría de las mercancías, de calidad o sin ella, provenían de Oriente. Todavía, muchas de las corporaciones globales del mundo fabrican sus productos y ensamblan su maquinaria en naciones que surgieron del atraso ofreciendo mano de obra barata y, después, dieron un salto a la fuerza laboral especializada con la inversión en educación (sobre todo, pública) y la incorporación de tecnología de punta propia. Algunos son conocidos aún como “tigres” mundiales; mientras que Japón, una de las principales economías del planeta, superó su derrota en la Segunda Guerra gracias a este proceso de profesionalización.

Uno de los principios de la mercadotecnia es que las etiquetas importan, porque generan confianza en el consumidor. Así como unas pueden comunicar bajo precio, otras dejan clara la sofisticación del producto. No por nada las falsificaciones son un negocio ilícito internacional y muchas de las marcas más reconocidas ponen sus iniciales en letras grandes por toda la superficie del artículo en cuestión y ya no se avergüenzan de la procedencia que se exhibe en el etiquetado interior. Conocer quién hace bien las cosas es relevante para quienes las adquieren.

Esta semana se anunció que en agosto México superó a China y a Taiwán como el mayor proveedor de Estados Unidos en tecnología avanzada, de acuerdo con el Buró de Censos de esa nación, el cual analiza diversos indicadores económicos de forma similar al INEGI. Aunque el desarrollo del nearshoring apenas está en su primera etapa, las compañías de semiconductores han apartado desde hace meses amplios predios para abrir fábricas o han ocupado espacios en los distintos parques industriales que se establecieron a lo largo de la ruta del Tren Transístmico, entre otros puntos del bajío y del norte del país.

Este año ha sido el arranque de las nuevas cadenas de suministro y su ubicación en nuestro país para comenzar con el cambio de época que también está viviendo el comercio mundial. La demanda en los Estados Unidos de artículos de siguiente generación, desde tostadoras inteligentes y hasta vehículos no tripulados, seguirá creciendo y acceder a ese mercado está en la mira de todas las proyecciones empresariales del planeta.

Una regla de los negocios, y de la vida, es tratar de ubicarse en el lugar correcto, en el momento adecuado. El sentido de oportunidad en la economía hace la diferencia entre convertirse en un caso de éxito o quebrar en un par de años. México, por encima de otras naciones, es la nueva tierra de las oportunidades para esos emprendedores y esas nuevas empresas.

¿Qué podría salir mal? Lo mismo que saldrá bien, creo. Si la solución es un capitalismo abierto y realmente competitivo, el riesgo es el proteccionismo y las barreras que los grupos de interés económico ponen cada vez que el mercado no les favorece. La diferencia será la regulación correcta que hagan los países, en particular el nuestro, de las prácticas que se intentarán utilizar para frenar el reordenamiento, porque representa otra forma de competir a nivel global. Siempre hay que recordar que los aranceles son una medida de presión más política que económica, porque quienes reciben la factura final son los consumidores y en eso consiste su daño en el mediano plazo.

Por lo pronto, las señales que han enviado las autoridades mexicanas son de apertura completa y esa es la certeza que tienen muchas industrias para venir a invertir en los dispositivos del futuro, mientras otras naciones solo podrán quedarse armando los del presente. En ese contexto, la etiqueta “Hecho en México” podría significar la garantía internacional de calidad en cohetes espaciales, sistemas de inteligencia artificial y microcomponentes de alta velocidad. Ningún desdén a la maquila tradicional, solo es que su modelo de negocio podría quedarse obsoleto en menos tiempo del que se piensa, como sucedió en su momento con la industria textil o del calzado nacionales.

Hemos pasado de la oferta de mano de obra capaz y barata, a una profesional que demanda mejores condiciones de trabajo. Esa es una de las grandes aportaciones del último sexenio. Romper con los mitos de la inflación por el aumento de los salarios y de que valía más la precarización de las plazas laborales a cambio de inversiones foráneas, ha logrado que la discusión sea otra y ahora gire en torno a cómo se producirán en territorio mexicano los aparatos que le darán forma al planeta del próximo siglo.

Si seguimos la experiencia de los “tigres” asiáticos, este es el momento de invertir en la educación pública y de adaptar los planes de estudio de las universidades públicas y privadas para proveer de profesionales a esas industrias que ya desembarcaron aquí. No para tener oferta de personal, sino para formar generaciones de técnicos, científicos y administradores empresariales que estén a cargo de esta revolución del “Made in” que está permeando en México y para la que tenemos todo lo necesario; en particular, la capacidad, el esfuerzo y la dedicación que son virtudes de las y los trabajadores mexicanos. Es hora de confirmarlo otra vez y a todos los niveles.

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