Arranca el año que podría ser definitorio de una nueva era del comercio mundial, con América del Norte al centro del intercambio tecnológico, el desarrollo financiero y el consumo de los productos del futuro. Todo, claro, si la negociación entre los tres países involucrados culmina de manera favorable.
Temas como la migración, el tráfico de los estupefacientes más adictivos de la historia y la visión sobre el papel supervisor del Estado en las actividades privadas de ciudadanos y empresas serán elementos indispensables en la agenda de la nueva versión del Tratado de Libre Comercio, bajo la presión de tres sociedades que tienen poco en común con las que atestiguaron los dos acuerdos anteriores.
Los sectores industriales han comenzado su participación e incluso forman parte de la estrategia gubernamental para asesorar sobre lo que conviene a sus mercados y continuar con los beneficios trilaterales en un contexto inédito en lo social, en lo político y en lo económico. Los conocidos como ‘cuartos de al lado’ serán ahora protagonistas y no meros consultores enfocados en proteger lo mejor posible sus intereses, porque este es un acuerdo que irá más allá de lo comercial.
En plena era de la desinformación, las sociedades de las naciones de Norteamérica comparten problemas, pero no soluciones homogéneas. Mientras en nuestro país hay un empoderamiento de una mayoría, en Estados Unidos surge un nacionalismo que recuerda al de principios del siglo XX, y en Canadá crece un debate sobre la idea de país que reflejan al exterior y las profundas diferencias que existen con la realidad que se vive dentro.
El componente civil en las negociaciones será mayor y se le sumará el de los grupos de intereses económicos y el de otras regiones del planeta que buscarán intervenir en el desarrollo de las conversaciones. No es poca cosa este tratado; de su firma depende el equilibrio mundial de poderes.
El asunto de la producción, el empleo, la explotación de minerales y la generación de energía limpia se juntará también con el de la inteligencia artificial y los nuevos procesadores de alto rendimiento que amenazan con la obsolescencia de millones de puestos de trabajo que apenas están recibiendo mejores salarios. Lograr, por un lado, dar el paso hacia la siguiente revolución industrial provocaría despidos masivos, en lo que puede capacitarse en nuevas habilidades a personas que hoy están altamente calificadas en procesos industriales que dejarán de ser relevantes. En estos días vimos lo delicado que será atraer el talento necesario para conseguirlo, cuando la misma base de apoyo que votó en las elecciones de noviembre en Estados Unidos se lanzó furiosa ante la sugerencia de que se facilite el visado a las y los mejores prospectos de otros países.
Por su parte, Canadá entra en una fase similar de rechazo a una de sus políticas insignia de abrir sus puertas a quienes buscan refugio y, a la par, de exhibir desafíos que no eran asociados con su imagen de nación estable. La evidencia de producción a gran escala de drogas que son enviadas a su vecino del sur contrasta con el supuesto miedo a que éstas lleguen en mayor cantidad desde el río Bravo. Una conclusión que ya no puede rebatirse es que el problema de fondo es el consumo y la demanda de dosis en territorio estadounidense, un tema de salud pública que tendrá que atenderse con urgencia por parte de las administraciones de los tres países.
México cuenta con un mejor equilibrio social que ha provocado una mayor confianza en las propuestas del gobierno de la República y una recuperación del sentido de soberanía. De los tres socios, es el que tiene una posición más sólida, aunque con retos todavía importantes como la pérdida del bono demográfico, la violencia en algunas zonas del territorio impulsada por esta oferta y demanda ilícita, y el desmantelamiento de un aparato complejo de poderes fácticos y formales que estaban subordinados al interés, en el mejor de los casos, de grupos minoritarios.
Entenderse en esas tres realidades distintas no será simple y requerirá de altura de miras por parte de los negociadores involucrados. Enfocarse solo en lo que conviene a una parte sería un error histórico; lo mismo que pensar que alguno de los países llega con ventajas inamovibles a la mesa.
Aquí no existe la posibilidad de un mal arreglo para evitar un buen pleito; el objetivo es consolidar el bloque económico que dirigirá el comercio del planeta para lo que queda de este siglo y, probablemente, el comienzo del siguiente.
Pero nada podrá hacerse si no se genera confianza en la mayoría de los ciudadanos de las tres naciones y se plantea un desarrollo justo y sostenido. La concentración y la desigualdad son problemas comunes y darles respuesta es un requisito para que el acuerdo comercial traiga la prosperidad que esperan todos los sectores participantes. No es un mero tratado, es el modelo posible de prosperidad que no hemos conseguido hasta ahora.