Luis Wertman Zaslav

Economía que funcione

Cómo país, debemos de contar con un sistema que mejore las condiciones de vida de la mayoría, basado en cerrar la enorme brecha de desigualdad y ampliar el rango de oportunidades.

Ahora que el debate de la semana también giró sobre la moral que debe existir en la economía, valdría la pena agregar a la discusión la necesidad de contar con un sistema que mejore las condiciones de vida de la mayoría, basado en cerrar la enorme brecha de desigualdad y ampliar el rango de oportunidades que tenemos en el país. Es decir, una economía que funcione.

En una nación como la nuestra donde el capitalismo de cuates hizo historia, nunca podremos desestimar la consideración ética que debería prevalecer en las acciones financieras; sin embargo, lo que verdaderamente ha funcionado en los países que envidiamos es la constitución de instituciones sólidas, honestas, transparentes, que ayuden a regular a los mercados, sin ahogarlos.

Justo en estos días tuvimos la visita del primer ministro de Singapur, una nación que hace cuatro décadas estaba rezagada en comparación con México. Hoy, son una referencia tácita de desarrollo para cualquier persona, aunque no pudiera señalar dónde se encuentra en un mapa.

La imagen de progreso, disciplina, desarrollo y seguridad de Singapur es conocida internacionalmente y seduce a muchas sociedades. Su éxito económico y social está ampliamente documentado y es una historia que conviene revisar y, luego, compartir.

Este caso, al igual que otros similares, tiene denominadores comunes: líderes confiables, visionarios y enfocados en sentar bases sólidas para el futuro; un Estado de derecho real; instituciones fuertes para las que no hay excepciones a las reglas adoptadas por la mayoría, y ciudadanos que cumplen con sus obligaciones y ejercen sus derechos, en ese orden.

Muchos de estos aspectos forman parte del discurso oficial del gobierno actual y estoy convencido de que esa es una gran noticia; sin embargo, nosotros también tenemos una historia social en la que nuestros malos hábitos y pobres costumbres han impedido que logremos el crecimiento anhelado, cuando contamos con ventajas que muy pocas naciones tienen.

Ahora se pretende relanzar ese ideal de transformación, pero que requiere de una sociedad que lo abrace para convertirlo en un objetivo pleno. A un año de este cambio de época, ese es el ingrediente que más falta hace: la unidad. Y sin ella, los cambios tardan mucho; tanto, que al conseguirlos ya no lo son.

Esta condición de escasez de tiempo está presente en las preocupaciones de quien nos encabeza, muchas veces ha hablado de hacer dos sexenios en uno, trabajando dos jornadas al día, lo que no queda claro es si sus gobernados estamos dispuestos a hacer lo mismo para acompañar sus reformas y políticas públicas.

En 12 meses, si nos guiamos por los indicadores conocidos de la economía, la seguridad y el desarrollo, el país está frenando su declive, que ya es mérito, aunque sin presentar la mejora prometida que inspiró a una abrumadora mayoría de votantes y que ahora enardece a los críticos y opositores que analizan cada desliz presidencial desde temprano.

En esta división ya se nos fue el primer año de la presente administración, espero que nos estemos convenciendo de que cinco años más así nos traerán pocos avances. El 2020 puede ser un buen momento para empatar esas intenciones de quienes nos gobiernan, con las necesidades que las y los mexicanos buscamos cubrir. No son irreconciliables.

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