Hoy conocerá usted la primera aproximación al comportamiento de la economía en 2021. De eso ya hablamos mucho la semana pasada, de forma que me parece que conviene llamar la atención a lo que está detrás del fracaso.
En estas páginas, hace 23 meses, comentamos que el sexenio había terminado, que la administración continuaría hasta su término legal, pero “sin margen de maniobra, sin capacidad de decisión, sin herramientas”. Era entonces el 6 de marzo de 2020, y no se conocía aún alguna muerte debido al coronavirus, pero ya el desabasto de medicinas y equipo médico era evidente. No sabíamos que, frente al confinamiento que hundió la economía global durante el segundo trimestre del año, el gobierno mexicano no haría esfuerzo alguno por rescatar empresas o personas, pero sí era conocido que estábamos en recesión desde que se decidió cancelar el aeropuerto.
En algún otro momento, por esos días, hablamos de cómo López Obrador no había avanzado en la solución de los dos problemas centrales de la campaña electoral, seguridad y corrupción, pero sí había provocado otros, en economía, salud, educación.
De entonces a la fecha, efectivamente no hay margen de maniobra, capacidad de decisión o dirección. No hay claridad en si existe o no una estrategia en materia de seguridad o simplemente se están repartiendo territorios y tratando de evitar disputas fronterizas. No hubo estrategia alguna frente al coronavirus, más allá de evitar el costo político para el Presidente. A cambio, ya cerca de 700 mil muertes en exceso. No hubo medida alguna para aminorar el golpe económico, y por eso somos uno de los países con peores resultados en esta materia. Apenas superamos a Brasil y Rusia, entre los 25 más grandes del mundo (FMI).
Las grandes obras del gobierno ya no sirvieron. Se inaugurará Santa Lucía y tendrá vuelos, sin duda, pero no habrá resuelto en nada la conectividad de la Ciudad de México, hoy en condiciones deplorables. Se inaugurará algún edificio y algunos tanques en Dos Bocas, pero es muy improbable que llegue a producir gasolina en este sexenio. El Tren Maya es un fracaso espectacular: ya causó daño ecológico, pero todavía puede convertirse en una catástrofe para un ecosistema naturalmente muy frágil.
A pesar de los varios pañuelos blancos que ha usado el Presidente, la corrupción es peor que en cualquier otra época, y vaya que estaba alta la vara. Familiares, colaboradores, amigos del Presidente se han despachado sin recato. La que no extorsiona trabajadores se roba fideicomisos. El que no consigue créditos blandos se relaciona con proveedores del gobierno. Quien no intenta apropiarse de herencias hace uso del poder del Estado para venganzas personales. Y él, él vive de lo que roban sus allegados, como lo ha hecho desde hace 30 años. Por eso el personaje no necesita tarjetas de crédito, ni declaraciones de impuestos, ni cambiar el billete de 200. El séquito paga, que cobra bien por eso.
Pero, dice el Buddha, todo se acaba. Paulatinamente, caen las vendas de los ojos. Suficientes hace siete meses para quitar la mayoría calificada a la coalición presidencial. Con eso, se evitó el intento de eternizarse en el poder. Ni reelección ni extensión de mandato. Ahora se imaginan el ‘minimato’, con el jefe mínimo de la transformación gobernando mediante títeres. Tampoco será posible.
Por más esfuerzos que hagan los acólitos para esconder los errores, ocultar los fraudes, defender la riqueza mal habida, el sexenio terminó hace ya dos años, aunque a la administración le falten otros dos.
Esto significa desesperación desde el poder, desesperanza desde la sociedad y desorden en medio de ellos. Aunque todo se acaba, el proceso no es siempre sencillo. Hay que prepararse para ese escenario: desesperación, desesperanza, desorden.