Hay personas que dicen estar sorprendidas de lo mal que ha funcionado este gobierno. Aunque sin duda los detalles son imposibles de imaginar, lo mismo que el tipo y magnitud de las sorpresas que siempre ocurren, creo que de forma general era perfectamente previsible lo que estamos viendo.
Nadie podía esperar que López Obrador promoviera la inversión, por ejemplo, pero sí que favorecería a algunos empresarios-compadres con los que incluso ya tenía una relación amistosa y política previa.
Tampoco podía uno esperar una postura internacional diferente de la que ha mostrado. No es algo que le interese o conozca, y los pocos amigos que ha construido fuera del país son todos de ideas similares a las suyas, es decir, anacrónicas. Por otra parte, las personas que le ha acercado su esposa vienen del famoso Foro de Sao Paulo, que no es exactamente lo mismo, pero tampoco es muy prometedor. Era también previsible que enfrentara a Biden y mostrase sumisión a Trump, como ha ocurrido.
Si usted prestó alguna atención a cómo gobernó la Ciudad de México, también habría podido saber que ahorcaría la operación del gobierno para poder financiar sus ocurrencias, que serían esencialmente repartir dinero a adultos mayores y construir alguna obra magna, mal hecha, pero de relumbrón. Así exactamente hizo cuando estuvo en el entonces Distrito Federal: el programa de los viejitos y el segundo piso del Periférico.
Puede decirse lo mismo de sus mañaneras, que hace 20 años eran con una “fuente” que supo cultivar, y que le fue de gran utilidad en su posicionamiento público. Ahora esa fuente no existe, de manera que tuvieron que inventar paleros que impidan el trabajo de los periodistas.
Es más extraño que hubiese quien imaginaba que López Obrador se convertiría en promotor de causas progresistas, después de ver ese gobierno que encabezó, y que evitó por todos los medios cualquier ampliación de derechos, e incluso obstaculizó lo que ya existía.
También hubo quien creyó que atendería el tema de seguridad, que bajo su gobierno capitalino menospreció al grado de despreciar a las víctimas y denostar a quienes le exigían resultados, calificando de “pirruris” a los manifestantes. Desde entonces era muy claro que jamás aceptaría un error, y que culparía a otros de los problemas. También era notorio que insultaría a todos aquellos que no quisieran subordinarse a sus deseos. Tanto, que Gabriel Zaid le dedicó una de sus colaboraciones en Reforma, enlistando su amplio arsenal de insultos (AMLO poeta, junio 24, 2018).
Si era transparente que no tenía idea de economía, relaciones internacionales, administración pública, transparencia, derechos, seguridad, no se entiende por qué ahora se sorprenden del fracaso. Habrá quien diga que los anteriores habían sido peores, pero no hay manera de defender eso. Otros más afirmarán que ya le tocaba, que es una postura aún más deplorable.
La verdad es que López Obrador ganó simplemente porque los damnificados de las reformas estructurales se agruparon en torno a él, para ayudarlo a ganar a cambio de recuperar sus privilegios. Eso hicieron maestros, petroleros, electricistas, empresarios de telecomunicaciones y medios electrónicos, y los acompañaron decenas de personas que le empezaron a encontrar virtudes, todas ellas pasajeras, porque han desaparecido por completo.
Lo veían constructivo, pragmático, preocupado por los pobres, modernizador, capaz de escuchar, incluyente. No entiendo cómo, a menos que los aromas del poder, las fragancias financieras, las esencias del tener razón, los sahumerios del nacionalismo revolucionario, o los hedores del hambre los hayan mareado.
Porque sin la lavada de cara que le dieron los medios, empresarios, académicos y opinadores, López Obrador jamás habría dejado de ser el político con más negativos del país, como fue. Ojalá un día sepamos qué fue lo que los convenció.