No me gusta el rumbo que toma nuestra vida política. El Presidente, que no está contento con su trabajo, tiene vocación de perpetuidad. Ya no pudo cumplirla personalmente, y todo indica que tampoco podrá hacerlo por persona interpuesta. Eso no significa que esté dispuesto a aceptarlo, ni mucho menos. Su choque con la realidad, desafortunadamente, lo pagaremos todos.
Esta columna sostiene que el Presidente nunca imaginó sufrir una derrota el 6 de junio pasado y perder no sólo la mayoría calificada, sino la simple, que sólo alcanza hoy en alianza con el partido menos confiable del espectro político, el Verde. Hasta ese día, me parece, veía posible extender su mandato y eventualmente reelegirse, pero esa opción desapareció junto con la mayoría. Se sintió en la urgencia (que no existía) de tener un sucesor, y frente a la tragedia de la Línea 12 del Metro, ocurrida un mes antes, decidió deshacerse de Marcelo y comprometerse con Claudia.
Casi un año después, Marcelo ha sido humillado en innumerables ocasiones, Claudia ha sido incapaz de generar apoyos, y el Presidente tuvo la ocurrencia de incluir ahora a su paisano Adán Augusto como posible sucesor. Pero ni el primero ni el último tienen posibilidad alguna, porque no podrían actuar como títeres de López Obrador. Su única opción, en esa lógica de perpetuidad, es Claudia. O alguien de la familia presidencial. O algún otro con todavía menos posibilidades de competir.
El contexto no ayuda. La agresión de Rusia a Ucrania, además de complicar el escenario económico global, ha desnudado al populismo autoritario y, al pertenecer a ese bloque, México tendrá tensiones crecientes con el vecino, que es nuestro único motor económico.
La debilidad de las finanzas públicas no la resuelve el alto precio del petróleo. Por el contrario, al combinarse con la necedad de fijar el precio de gasolinas y diésel, el riesgo crece. El alambreo (inventar ingresos ficticios de Pemex, por ejemplo) ha convencido a algunas calificadoras de mejorar un poco la perspectiva de crédito del país. Pero, como se dice, es imposible engañar a todos todo el tiempo.
Si, como todo apunta, el resto del año será de estanflación, es decir, muy poco crecimiento pero con precios y tasas de interés crecientes, habrá reacciones sociales. Puesto que el tramado institucional ha sido destruido para fortalecer al Perpetuo, no contamos con instrumentos que intermedien esas demandas. El Pacic es un buen ejemplo de las limitaciones que se tienen.
Mención especial merece el tema de seguridad. Primero, porque al desaparecer la Policía Federal y reemplazarla por Fuerzas Armadas disfrazadas, lo que hay es una fuerza de ocupación, y no de seguridad pública. Segundo, porque se ha mermado la capacidad de esas Fuerzas Armadas: cuantitativamente, ocupándolas en diversas actividades incompatibles; cualitativamente, obligándolas al abrazo.
Esto significa que no contamos con los mecanismos democráticos de intermediación social, pero tampoco con los autoritarios. Si, como decíamos, el entorno se complica, lo que resultará evidente es el vacío, que tal vez le parezca al Perpetuo evidencia de la necesidad de su permanencia, pero será en realidad una muestra de anomia, precursora de anarquía.
La oposición, que ha aprovechado muy bien sus circunstancias, es en este proceso desafortunadamente irrelevante. El vacío de poder ocurre en el poder, no en la oposición.
Por eso no me gusta el rumbo, porque lleva al precipicio. Al final, tal vez logremos evadirlo, pero la dirección es ésa. Bastaría un poco de inteligencia, de sentido común, para modificarla, pero no aparecen por ningún lado. Tal vez, como decían los antiguos, de la nada sólo puede surgir la nada. Del vacío, el vacío.