En junio, la construcción tuvo un crecimiento de 1.3 por ciento contra mayo, nos dice Inegi, en el valor de la producción, con datos desestacionalizados. En el trimestre, el crecimiento es de 0.7 por ciento contra el trimestre previo, y con éste son ya siete trimestres positivos. En el que acaba de terminar, el valor de la producción en la industria de la construcción ya nada más es -25.5 por ciento inferior al que había en el segundo trimestre de 2018, antes de que empezara la destrucción del actual gobierno.
Lo repito, porque cuesta trabajo creerlo: la industria de la construcción en México ha perdido una cuarta parte de su valor durante este gobierno. No es que tenga una pequeña caída, o como ocurrió en junio, un pequeño crecimiento. Se trata de una caída brutal en el valor de una industria que fue muy importante por décadas, pero que sigue siendo la base de la producción futura. Si lo medimos en términos de personal ocupado, la caída es menor, apenas 15 por ciento: 70 mil personas que trabajan en construcción hace cuatro años dejaron de hacerlo, y no se ha contratado a nadie nuevo, por ponerlo de otra manera.
Si ampliamos la perspectiva para no ver sólo la construcción, sino la inversión en su conjunto, ésta es hoy 10 por ciento menor que la que había hace cuatro años. El dato exacto lo conoceremos dentro de un mes, pero estamos hablando de que la inversión privada en el segundo trimestre debe haber rondado 16 por ciento del PIB. Esa cantidad es insuficiente para cubrir el consumo de capital fijo, es decir, lo que debe gastarse para mantener las cosas funcionando. Depreciación, mantenimiento, como guste decirle. De hecho, en 2020 pasó eso: por primera vez en la historia, la inversión no alcanzó a compensar ese gasto, de forma que la inversión neta fue negativa. Perdimos capital.
No hay todavía datos de 2021, pero con lo que tenemos es posible suponer que ocurrió lo mismo (la inversión privada fue de 15.5 por ciento del PIB, un punto mayor que en 2020) y me parece que así habrá ocurrido en estos dos primeros trimestres de 2022. Esta caída en los activos productivos implica que produciremos menos, aunque ocupemos más personal (algo que, por cierto, tampoco está ocurriendo en los últimos meses). Ésa es la razón por la que las estimaciones del llamado crecimiento potencial del PIB se han reducido de 2.4 por ciento que mantuvimos por casi 40 años (y que todos consideraban escaso) a un miserable 1.5 por ciento. La encuesta de CitiBanamex a los especialistas, publicada ayer, mantiene una estimación promedio de crecimiento para este año de 1.8 por ciento y de 1.5 por ciento para el próximo: la tendencia de largo plazo. A este ritmo, apenas arañando se alcanzará en 2024 un valor de la economía similar al que hubo en el último trimestre del gobierno previo.
Por cierto, la inversión pública se encuentra ahora (a reserva del dato definitivo en un mes) ligeramente por debajo de 2.5 por ciento del PIB, la cifra más baja de la historia registrada (es decir, al menos desde 1939). Todavía a fines del gobierno de Peña Nieto estaba en 3 por ciento, pero con la administración de López Obrador se ha reducido en 15 por ciento. Si consideramos que se han gastado una cantidad no despreciable en el AIFA, Dos Bocas y el Tren Maya, entonces la inversión en todo lo demás debe ser casi nula. Así lo indica el presupuesto de Comunicaciones y Transportes, por ejemplo.
Estos datos confirman lo que hemos comentado varias veces: este gobierno hipoteca el futuro con tal de cumplir las ocurrencias presidenciales y, sobre todo, con tal de mantener el poder. Tienen a su favor a millones de mexicanos que no pueden, o quieren, dedicar unos minutos a informarse. Luego dirán que no podía saberse.