Fuera de la Caja

Meta y Greta

Seguimos avanzando en el camino hacia el caos, dice Macario Schettino.

Seguimos avanzando en el camino hacia el caos. A nivel global, las señales de recesión se acumulan. Los bancos centrales continúan elevando sus tasas de interés, y el impacto sobre la venta de inmuebles es ya muy importante, especialmente en Estados Unidos. Cuando caen las ventas de casas, muy pronto les sigue la caída en el mercado de vehículos, luego electrodomésticos y, finalmente, el resto de la economía. De hecho, ya la actividad industrial en Estados Unidos parece haberse estancado en octubre. El Banco de Inglaterra ha reconocido que Reino Unido está en recesión, pero además anuncia que será, probablemente, la más larga de la historia reciente.

El retroceso democrático global inició con una recesión, la de 2008 (y su reflejo en Europa en 2011), y es muy probable que la de 2023 le dé un nuevo impulso. Tendremos una primera señal la semana próxima, con las elecciones intermedias estadounidenses, en las que el impacto de la inflación y la inminente recesión son el tema que los votantes consideran más importante. Es muy normal que el partido en el poder en ese país tenga una pérdida de representantes en la elección intermedia, pero en el caso actual eso significa un avance de quienes están dedicados a destruir la democracia; es decir, quienes insisten en el mito de un fraude electoral (igual que aquí).

La esencia del conflicto político, en todo Occidente, consiste en llevar la democracia a su límite, liberando la discusión pública de cualquier referencia a la realidad. Sería preferible decirle por su nombre: demagogia, pero se ha popularizado el término “populismo”. Debido a la transformación comunicacional originada en la interactividad (teléfonos inteligentes, redes), el arreglo moral-social que tuvimos durante el siglo 20 se vino abajo, provocando que las personas perdieran su ubicación, el mapa que daba sentido a su posición en el mundo. Sin ese anclaje, la incertidumbre los llena de angustia y basta un momento de sorpresa para moverlos al espacio emocional, en el cual no hay discusión posible, sino sólo enfrentamiento. En el extremo, violencia.

Es así que en la última década hemos presenciado el fin de las certezas del siglo anterior, que son el arsenal que los demagogos utilizan para conectar con las mayorías, y con ello llegar al poder, desde el cual intentan muy pronto impedir cualquier tipo de competencia. Un par de ejemplos: Trump hablando de reconstruir Estados Unidos, pero en realidad concentrado en impedir el triunfo de Biden (incluso con un ataque al Capitolio); López hablando de soberanía y humanismo, pero enfocado en destruir al INE para robarse la elección de 2024.

No tiene sentido hablar de izquierda y derecha desde hace años: no puede relacionarse la Rusia actual con la URSS, o a la China de Xi con la de Mao. Es absurdo usar etiquetas como fascismo o comunismo para referirse a las opciones políticas vigentes, pero tratar de entender la complejidad del mundo es un esfuerzo extraordinario que muy pocos quieren intentar, de manera que seguimos utilizando esas viejas etiquetas que, al no corresponder a nada, no ayudan a comprender, sino que incrementan la confusión, y con ella la polarización y el enfrentamiento.

La inexistencia de un discurso común, de una moral compartida (es decir, una cultura), impide el diálogo que es la base de la convivencia pacífica. Así, un traspié económico, que en condiciones normales no tendría mayor importancia (como la recesión dot com, de 2001 a 2003), puede ahora evolucionar hacia un terreno mucho más peligroso. A ese caos me refiero. Si ya no estamos de acuerdo en cómo debe ser una sociedad exitosa, el conflicto no se limita a cuál impuesto cobrar, sino que se desplaza a tener, por un lado, quienes afirman que cualquier impuesto es un robo, y del otro, los que aseguran que el mundo nunca será vivible si no se impide la acumulación personal de la riqueza. ¿Meta vs. Greta? El caos.

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