Desde hace tiempo se dice que las elecciones en el Estado de México son una especie de laboratorio de la elección presidencial, que ocurre un año después. Nunca me lo ha parecido. Ahora, sin embargo, esta elección estatal reviste una gran importancia.
La llamada izquierda en México nunca ha tenido mucha importancia electoral. Hasta 1985, considerando que las elecciones no eran de verdad, los diferentes partidos de esa tendencia alcanzaban, sumados, cerca de 12 por ciento de las preferencias. En 1988, aunque los votos nunca se contaron por completo, se le atribuyó un 30 por ciento de los sufragios. Al año siguiente, los pequeños partidos se fusionaron con la escisión del PRI para conformar el PRD. Desde entonces, la votación por este partido oscilaba de 20 a 30 por ciento, dependiendo de si había o no elección presidencial. En todos los casos, la votación por el PRD implicaba una reducción de votos del PRI, y viceversa. Entre ambos partidos sumaban 60 por ciento del voto, casi de manera constante.
Cuando se crea Morena, en sus primeras elecciones logra llevarse la mitad de los votos del PRD, pero en 2018, además de llevarse la mitad de lo que le quedaba al PRD, se llevó la mitad de la votación del PRI. Así, aunque la suma se ha mantenido alrededor de 60 por ciento, el partido mayor dentro de ese espacio es Morena. Dicho con más claridad: tanto el PRD como Morena han sido más una escisión del PRI que partidos de izquierda. Sin duda muchos líderes sociales y académicos de esa parte del espectro político estuvieron cercanos al PRD, pero eso no modificaba la esencia del partido: populista, nacionalista revolucionario; el PRI de Echeverría, pues.
Ya muy pocos intelectuales o líderes de izquierda llegaron a Morena. Se fueron quedando en el camino conforme se dieron cuenta de lo que acabamos de comentar. A cambio, se incorporaron personas que se identifican con el echeverrismo, ese nacionalismo populista que tanto éxito ha tenido en América Latina y cuyo modelo más desarrollado son las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Todo parecería indicar que el trasiego de votos del PRI a Morena terminó en 2021, pero no lo sabemos con certeza. En ese año, en las elecciones federales en Estado de México, la votación por la coalición presidencial y la de oposición fue la misma (aunque como el PES perdió el registro, en votación oficial la primera es ligeramente menor). A nivel nacional, Morena alcanzó 38 por ciento, frente a 20 por ciento del PRI y 4 por ciento del PRD. Teníamos entonces una repetición del mapa electoral con el que empezó la democracia, sólo sustituyendo el primer y tercer partidos: de un PRI mayoritario, con cerca de 40 por ciento del voto, y un PRD en tercer lugar con 20 por ciento, hemos pasado a Morena y el PRI con más o menos esos niveles.
Le quedan al PRI dos gubernaturas, ambas en juego en este año. Según parece, en Coahuila no corren mucho riesgo, pero en Estado de México sí. Es el estado con mayor padrón electoral, y en el que el PRI ha tenido la maquinaria más desarrollada. Conviene recordar que fue esa “marea roja” la que utilizó Peña Nieto para ayudar a ganar elecciones desde 2007: Yucatán, Veracruz, etcétera.
Estamos entonces frente a un momento determinante. Si Morena gana el Estado de México, el PRI dejará de ser un partido político relevante, y la captura de sus restos le permitirá a Morena afianzarse en buena parte del país. Si, en cambio, Morena pierde, la elección de 2024 también la habrá perdido. Considere que Puebla, Veracruz, Estado de México, Ciudad de México, Jalisco, Nuevo León y Guanajuato representan la mitad del padrón, y en todos está en riesgo Morena. En 10 semanas se decide el futuro, en Estado de México.