Dentro de un año, el miércoles 17 de abril de 2024, faltarán seis semanas para el cierre de las campañas electorales. Mes y medio, 46 días, para la elección de un nuevo presidente, Congreso federal, una decena de gubernaturas y millares de otros puestos de elección por todo el país.
Desde hace tres años esta columna había afirmado que el sexenio había llegado a su fin y que el gobierno no podría ofrecer nada adicional. Creo que así ha sido. Los grandes proyectos ya habían iniciado y no ha habido ninguno adicional; las transformaciones que después se intentaron han fracasado todas (electricidad, Guardia Nacional, electoral); la reelección fue imposible.
Se puede argumentar que la destrucción ha crecido, pero creo que eso no representa una diferencia. Ya era clara, en los primeros 18 meses del gobierno, la voluntad de López Obrador de concentrar todo el poder en sus manos y eliminar por completo órganos autónomos, reducir capital humano en la administración central y subordinar a los poderes federales y estatales. No percibo una variación en este proceso, aunque sí se nota la desesperación presidencial frente a un entorno que no pudo controlar. De ahí el anuncio de cerrar Notimex y la Financiera Rural la semana pasada, o dejar morir de inanición al INAI. Son estorbos para él o cosas que no entiende, y sabe que no le alcanza el dinero.
Pero, piensa, es nada más un año, o poco más, lo que falta. Apenas 412 días para que se vote, y después de eso ya no importará nada. Claro, a menos de que su candidata pierda, pero entonces tampoco importará si hay o no órganos autónomos, presupuesto o gobierno; será una batalla campal. Será todavía comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, pero por tiempo ya muy limitado. Sigo pensando que, en esas circunstancias, los militares apostarán por su supervivencia y no por la de López Obrador.
Se suma ahora a los resultados de su incompetencia y a su inútil entrega ante los militares, un entorno internacional mucho menos favorable. Ya les pusieron precio a los amigos de Sinaloa, y lo hicieron cuando los funcionarios mexicanos estaban de visita. Ya es noticia la actuación criminal en México frente a los migrantes. Ya se acumulan muchos conflictos de orden económico (electricidad, maíz, glifosato, minería, cláusula exorbitante). Además, si aspiraba a erigirse en líder del anacrónico grupo latinoamericano, ya le comió el mandado Lula, que en esta ocasión viene sin moderación.
Nada más es un año, o bueno, 412 días, pero no serán nada sencillos. El empujón del primer trimestre en la economía se ha ido diluyendo, y ya en marzo no hubo incremento en la confianza del consumidor. Aunque los expertos han mejorado su perspectiva para este año, y ahora están entre 1.5 y 1.8 por ciento, eso en realidad significa que esperan crecimiento cero de aquí a diciembre. Y no hay forma de hacer alguna política contracíclica cuando todo el dinero ya está comprometido en las obras faraónicas y en la compra de votos.
En cincuenta días se aclara el panorama para las elecciones de 2024. A partir de ahí, importará más el nuevo rey. El saliente tendrá que controlar las tensiones centrífugas de su movimiento, que se sumarán a las dificultades que ya comentamos. Además, la oposición, que fue inexistente en los primeros tres años del sexenio, y débil hasta ahora, tendrá una actitud diferente: emergerán liderazgos locales, se definirán candidaturas, estaremos en campaña. Alguno dirá que ese es precisamente el terreno que más gusta a López Obrador. Sí, pero en él ha estado, solo, por cinco años. Eso es justamente lo que acabará en cincuenta días.
En 412 días, todo habrá terminado.