Acción Nacional se fundó en 1939, en una alianza entre los liberales que quedaban del grupo de los sonorenses con los católicos militantes que venían del enfrentamiento cristero. El objetivo era impedir un país de partido único, ofreciendo una alternativa que iba del liberalismo al conservadurismo. Del otro lado, los ganadores de las guerras civiles habían construido ya una ideología radical, nacionalista, con tendencias socialistas, y la soportaban sobre una estructura corporativa, el Partido de la Revolución Mexicana. Habían llegado al poder por las armas, y no pensaban perderlo por los votos, como quedó claro en la campaña de Ávila Camacho en 1940.
Por cuatro décadas, el PAN se mantuvo en la “brega de eternidades” que había ofrecido Gómez Morín. Ganaban alguna presidencia municipal, ocasionalmente una diputación, pero mantenían una relación cercana con la ciudadanía en las regiones en que se habían fortalecido, que obligó varias veces al gobierno a recurrir a la fuerza para impedir su triunfo electoral. Con el fracaso estrepitoso del régimen de la Revolución en 1982, Acción Nacional encontró terreno propicio, fortaleció su relación con la ciudadanía y se convirtió en la fuerza política más importante (no la más grande) para la primera década del siglo 21.
Su gran contrincante, el partido corporativo creado por Cárdenas, convertido en socio de los empresarios compadres después de la Segunda Guerra, y en un esperpento populista en los años 70, intentó actualizarse, pero no lo logró. Su regreso al poder dependió más de la corrupción y los errores de los contrarios que de una visión renovada. Gracias a ello, el esperpento populista tuvo una nueva oportunidad, que hoy intentan convertir en “populismo permanente”.
Uno no podría esperar que el PRI se acercase a la ciudadanía, no nació así. Es un partido de corporaciones, grupos, clientelas, que precisamente por eso se han movido fácilmente a la nueva opción populista. El cascarón que queda tal vez pueda realmente transformarse después del domingo. Aquí hemos insistido en que tienen que ganar para ello; otros colegas creen que les bastaría si pierden por cinco puntos.
Acción Nacional, en cambio, si no es vehículo de la ciudadanía no es nada. Nació para oponerse al corporativismo y al clientelismo, a la ideología del nacionalismo pobrista, al socialismo tropical cardenista. Precisamente por eso su presencia fue escasa por décadas, porque había poca ciudadanía. Conforme la orientación económica del país se modificaba, y crecía la clase media, aumentaba el mercado del PAN. Es claro su crecimiento desde mediados de los 80 hasta la Gran Recesión, el punto máximo que han alcanzado.
Vino entonces un regreso al capitalismo de cuates, y luego al franco populismo. La ciudadanía lo rechaza; lo ha hecho con todo vigor en las elecciones intermedias, y en las dos grandes manifestaciones de noviembre y febrero. Pero esa ciudadanía, que en buena medida se consolidó en los gobiernos del PAN, se encuentra ahora con que ese partido ha perdido su razón de ser: sus dirigentes han olvidado para qué nació el partido. Se lo imaginan ahora como una agencia de colocaciones, como un “bróker” de negocios, como un club de amigos.
Acción Nacional ya no es un partido de ciudadanos, es un partido que tiene miedo de los ciudadanos. En lugar de puentes, construye bardas para impedir la participación ciudadana. Se conforma con asegurar un puñado de estados, unas decenas de diputaciones y senadurías, y en mercadear las derrotas.
Es posible que me equivoque. Tal vez Acción Nacional recupere su razón de ser; tal vez el PRI sea capaz de cambiar. Tal vez.
Tanta ciudadanía para tan pocos partidos.