Fuera de la Caja

Alquimia

Parte de la alquimia de la macroeconomía es la existencia de una piedra filosofal, que transmuta el plomo en oro.

El día de ayer, Enrique Quintana nos decía que no hay que preocuparse por una inminente crisis en las finanzas públicas. Esta columna, sin embargo, ha afirmado que ya estamos en esa crisis. Veamos.

En su texto, Quintana se concentra en la deuda pública, que ronda 50 por ciento del PIB, que se compara muy favorablemente con la deuda del gobierno estadounidense, que supera 120 por ciento. Por ello nos dice que hay margen de maniobra para Hacienda, y que no hay razón para alarmarse.

Déjeme empezar por una broma común entre microeconomistas, que son quienes estudian la economía desde el punto de vista de los individuos y las empresas, y se concentran en mercados específicos. Para ellos, la macroeconomía se inventó para que la astrología fuese respetable. Obviamente exageran, pero es verdad que entendemos poco de la economía desde un punto de vista agregado. Yo prefiero imaginar la macroeconomía como la alquimia, es decir, estudios que se encaminan a convertirse en una ciencia, pero todavía no llegan. En eso, no se diferencia mucho de la mayoría de las ciencias sociales. Cuando se estudia algo desde el punto de vista del individuo, o de una pequeña comunidad, las conclusiones son importantes. Cuando se intenta extenderlas a grandes sociedades, esos mismos resultados se vuelven nebulosos.

Parte de la alquimia de la macroeconomía es la existencia de una piedra filosofal, que transmuta el plomo en oro. Se trata del número tres. Cada vez que usted no sepa una respuesta en macroeconomía, intente con el número tres, y muy frecuentemente estará en lo correcto. Hay tres determinantes de la oferta, y tres de la demanda. La meta de la inflación es 3 por ciento anual. El déficit fiscal razonable es 3 por ciento del PIB. En los viejos tiempos del tipo de cambio fijo, las reservas internacionales debían ser suficientes para cubrir tres meses de importaciones.

Bueno, pues así es como las agencias calificadoras determinan el nivel razonable de la deuda de un país: los ingresos del gobierno multiplicados por tres. Seguramente le dirán a usted que hay un modelo matemático detrás, o que sólo la experiencia permite definir la cifra, pero en realidad es más simple: es la piedra filosofal. Si la recaudación en México ronda 14 puntos del PIB, las cuotas de seguridad social (IMSS) están en 2, y del petróleo se obtienen 3, pues hay 19 puntos de ingresos. Si multiplicamos por tres, quedamos cerca de 60, y ése es el número. La deuda del gobierno mexicano no puede superar 60 por ciento del PIB, porque estaremos en problemas.

Es decir que hay margen, pero no crea que tanto. Si el gobierno mantuviese el gasto programado para este año, con la caída de ingresos que ya reporta, el déficit estaría cerca de 5 por ciento del PIB. Con crecimiento escaso, en dos años estaríamos en 60 por ciento del PIB de deuda. Es por eso que el gobierno está recortando gasto, que se suma a los recortes brutales de los cuatro años previos. Hoy, no hay medicinas (cada vez es mayor la escasez), no pueden aplicar exámenes médicos a los pilotos aviadores, no pueden emitir certificados a tiempo, nada. Más allá de pagar los sueldos, la gran mayoría de las dependencias ha dejado de funcionar.

A eso es a lo que esta columna llama crisis fiscal: a la incapacidad de cubrir las obligaciones y compromisos del gobierno. Eso no es una crisis fiscal en el sentido de incapacidad para pagar la deuda, como ocurrió en 1976, en 1982 y en 1995, y tiene razón en ello Quintana. Tenemos un margen de 10 puntos, que pueden agotarse en dos, tres o cuatro años. Dependerá del afán electoral de 2024, del reclamo de grupos, y de otros imponderables. Ya veremos.

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