Fuera de la Caja

Escenarios

Si López Obrador logra mantener su coalición, mientras los otros partidos siguen alejados de la ciudadanía, y MC ni siquiera se une, el triunfo de Morena es seguro.

El domingo pasado votó la mitad de los ciudadanos del Estado de México, y un poco más que eso en Coahuila. Las elecciones de gobernador suelen atraer pocos votantes, comparado con las presidenciales. Dicen los libros de texto que la participación depende fundamentalmente de dos factores: que lo que se decide sea relevante para los votantes y que se perciba competencia. Cuando una de las opciones va claramente arriba, la participación cae. Lo mismo ocurre cuando no se nota mucha diferencia entre ellas.

En Estado de México, el gobernador saliente fue bastante malo en su gestión, con lo que su relevo perdió interés. Sin embargo, los partidos de la coalición le permitieron elegir a su sucesora, a la que pronto abandonó. Los partidos hicieron lo propio, y fue apenas el apoyo de grupos ciudadanos lo que permitió que ganase Huixquilucan, Ciudad López Mateos, Metepec, Toluca y, parcialmente, Naucalpan y Tlalnepantla. Morena, en cambio, se volcó al Estado de México, violando todo tipo de reglas, con intervención directa de gobiernos de otros estados, compra de votos, promoción presidencial. La diferencia fue de ocho puntos.

En Coahuila, la selección del sucesor se realizó de forma abierta, contó con el respaldo del gobernador saliente, que además está bien evaluado, mientras la coalición opositora se dispersó, permitiendo a Jiménez llevarse 58 por ciento del voto, frente a 22 por ciento de su más cercano competidor.

Como habíamos comentado, una derrota del PRI en el Estado de México convertiría a ese partido en una fuerza local, que controla el eje Laguna-Saltillo y poco más. La conversión del priismo, primero en perredismo y ahora obradorismo, llega a su término. No queda claro hacia dónde se moverán los restos del PRI, porque ya llegarían tarde a Morena, al que durante seis años despreciaron. Dante espera cosechar buena parte del éxodo, como lo ha hecho por años.

La elección de 2024 es de la mayor importancia. López Obrador ha llamado a obtener mayoría calificada en el Congreso, para con ello terminar de una buena vez con la democracia. Aun sin ella, es tal la destrucción institucional en este sexenio que hará muy difícil tener nuevamente elecciones confiables. Eso mostró Estado de México.

Lo que viene está bastante claro.

Por un lado, López Obrador sabe que necesita mantener la unidad de su coalición, y ya se llevó a cenar a sus elegidos; por otro, le urge convencer a la población de que la elección ya está definida, para derrumbar la participación. Finalmente, extenderá a nivel nacional la campaña ilegal aplicada en Estado de México, contando con un INE debilitado.

Del otro lado, las lecciones también son contundentes. Primero, importa mucho cómo se define la candidatura y el apoyo durante la campaña. Segundo, las estructuras partidistas están en ruinas. Con dirigentes capaces, los partidos estarían sufriendo en este momento. Con las dirigencias actuales, están prácticamente muertos.

Si López Obrador logra mantener su coalición, mientras los otros partidos siguen alejados de la ciudadanía, y Movimiento Ciudadano ni siquiera se une, el triunfo de Morena es seguro. Si, por el contrario, la selección del sucesor provoca un cisma al interior de la coalición gobernante que se refleje en una tercera opción factible, o fuerzas ciudadanas provocan un ajuste en los partidos de oposición, ese triunfo puede evaporarse rápidamente.

Tres escenarios diferentes, con distinta probabilidad. Imposible asegurar cuál de ellos se hará realidad, y bajo qué circunstancias específicas. En 90 días, que ya empezaron, sabremos en cuál nos moveremos en 2024, y con base en ello podremos ser más claros en el pronóstico. En este momento, cada uno de esos 90 días cuenta. Van cinco.

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