En los detalles está el Diablo, dice un conocido refrán. Es cierto, ahí, precisamente, es donde los potenciales candidatos a la Presidencia se encontrarán al demonio. Como ya hemos comentado en diversas ocasiones, la gran transformación comunicacional del siglo 21 es la interactividad. El internet, los teléfonos inteligentes, las redes sociales, son diversos instrumentos que permiten que haya muchos emisores y muchos receptores simultáneamente. No tiene nada que ver con lo que conocimos en la segunda mitad del siglo 20, cuando teníamos medios masivos, pero no interactivos.
La aparición de esos medios electrónicos: cine, radio, telégrafo, a fines del 19 e inicios del 20, fue el camino que aprovecharon los populistas de la época para rebasar a los políticos del entonces pasado. Mientras estos seguían operando alrededor de los periódicos y revistas, aquellos construían propaganda saturada de emociones: de ahí la fuerza del racismo en Estados Unidos (gracias al film de Griffith, The Birth of a Nation), del nazismo en Alemania (Leni Riefenstahl, El Triunfo de la Voluntad), del “socialismo real” en la URSS (Serguei Einsenstein, Acorazado Potemkin). Aunque ambas formas de comunicación (periódicos y revistas, medios electrónicos) comparten el tener un único emisor y muchos receptores, la potencia emotiva de los segundos es incomparable: música, sonido e imágenes superan la letra escrita para la mayoría de las personas.
La segunda mitad del siglo 20, el medio de comunicación principal fue la televisión, que seguía teniendo un único emisor, millones de receptores, transmisión emotiva, pero, además, prácticamente en tiempo real. La televisión permitía reducir la discusión pública a unas pocas ideas, es decir, unas pocas políticas públicas, lo que se reflejaba en pocos partidos, que defendían diferencias entre esas opciones.
En el siglo 21, los medios mencionados permiten transmisión en tiempo real, potencia emotiva, pero además multiplican los emisores, con lo que tenemos el equivalente a millones de canales de televisión, cada uno con decenas, centenares, o unos pocos miles de receptores. En cada uno de ellos hay ideas diferentes, que implican políticas públicas específicas, muy específicas, que no pueden ser agregadas en los programas de los partidos políticos.
En consecuencia, así como hace exactamente cien años los populistas rebasaron a los políticos tradicionales haciendo uso de medios novedosos, así hoy los populistas rebasan a los políticos de la televisión haciendo uso de redes. El tema es que ahora no se discute un puñado de temas, sino una multiplicidad de ellos. Y en cada uno, variantes extremadamente finas.
Por ejemplo. Es claro que el tema de seguridad es hoy uno de los más importantes en México. Sin embargo, existen decenas de diferentes interpretaciones del fenómeno y, por lo mismo, de sus posibles soluciones. Si un candidato potencial propone una solución, se enajenará a decenas de pequeñas redes que tienen diferencias mínimas, que son rápidamente engrandecidas, gracias a la velocidad, emotividad e interactividad del sistema. Si el político dice que hay que aplicar la ley, algunos lo interpretarán como un intento de regresar al pasado, otros como la defensa de la violencia del Estado, unos más pensarán que se trata de imponer lo que piensa un grupo sobre los demás. Miles de familias que viven en la ilegalidad se sentirán amenazadas. El político habrá perdido apoyo de miles, o millones, sin haber ganado nada por ofrecer una solución aparentemente inocua.
Lo mismo ocurrirá con el tema económico, las finanzas públicas, los programas sociales, lo que sea. No es un asunto de México, así está todo Occidente, que es el espacio de las democracias liberales. En los hechos, el sistema está mudando a ser una especie de régimen hiper-parlamentario, en el que cada persona que es núcleo de una red tiene poder de veto. Seguiremos con el tema.