Es cada vez más frecuente escuchar reclamos por apagones, que ocurren más seguido y son más duraderos, o por caídas de voltaje, a veces seguidas por golpes de regreso que funden electrónicos. Quienes ya tenemos algunas décadas de vida, recordamos haber vivido algo similar en los años 80, y también olvidarnos de esos sufrimientos al inicio de este siglo, cuando la Comisión Federal de Electricidad era, como decía su publicidad, una empresa de clase mundial.
Con grandes esfuerzos de reorganización, concentrándose en la transmisión y distribución y subcontratando generación, la CFE mejoró notoriamente su operación, y también sus finanzas. Buena parte de ese tiempo tuvo que hacerlo bajo una ficción legal, los Productores Independientes de Energía, que se regularizó con la reforma energética de 2013. Esto permitió no sólo promover más inversión en electricidad en México (alcanzando los mejores resultados de subastas en el mundo en 2017), sino también dar una última mano al tema administrativo, lo que permitió que finalmente la comisión pudiese tener números negros a partir de 2016.
Luego llegó Bartlett, y rápidamente convirtió esos números negros en rojos, y garantizó un déficit creciente al modificar el esquema de pensiones. Como es costumbre en los políticos que quieren administrar, con tal de quedar bien con su jefe y con sus subordinados, nos aseguró décadas de subsidios, que pagaremos con nuestros impuestos. Estuvo presionando por regresar el monopolio de la electricidad a la comisión, pero eso es literalmente imposible, de forma que lo que logró fue impedir el crecimiento del servicio privado, y asegurar más de la mitad del mercado para la CFE. Me refiero a generación, porque las otras dos actividades (transmisión y distribución) sí son monopolio, y con cierta razón.
No pueden generar la electricidad, así que lograron obtener unas plantas que eran privadas, aprovechando que Iberdrola se mueve a nuevas tecnologías (y a otros países). Vendieron su compra como una segunda nacionalización, porque es lo que les gusta hacer. Pero aun así no les alcanza lo que generan, y lo peor es que tampoco tienen capacidad de transmisión. Esto, que sí les tocaba hacer, porque son los únicos autorizados para ello, lo abandonaron. No invirtieron, y ahora no hay cómo mover la electricidad. Por eso se botan los subsistemas, que es lo que nosotros sufrimos como apagones.
Algo parecido ocurrió en Pemex. La reforma energética permitió que otras empresas pudieran extraer crudo, y gracias a ello la producción nacional se mantiene alrededor de 1.7 millones de barriles diarios. Doscientos mil provienen de privados, o de asociación de privados con Pemex. Ahora le han sumado los condensados, para que no se vea tan feo, pero seguimos sin saber qué ocurre en realidad con esos líquidos. Producción, proceso y exportaciones no cuadran, más o menos por la mitad de lo que se produce de condensados.
En refinación, después de mucho esfuerzo, se logró eliminar la pérdida de dinero reduciendo la capacidad utilizada en las refinerías. Al llegar este gobierno, decidieron llevarlas a su máximo. Ahora perdemos nuevamente en esos procesos, tenemos que invertir más, y el número de accidentes se ha incrementado.
La necedad de producir más crudo y más gasolina ha provocado que Pemex pierda dinero a raudales. Para evitar que eso se note, el gobierno le redujo el pago de derechos. En lugar de pagarnos a los mexicanos 70 por ciento de lo que extraen, ya casi pagan 40 por ciento. Y como ni así alcanza, les transfieren dinero, a un ritmo que supera los 300 mil millones de pesos por año.
Detuvieron la construcción de un aeropuerto mundialmente competitivo, y construyeron uno que no puede ni siquiera pagar su limpieza. Ahora, tendrán una línea aérea, en manos del Ejército, con prácticas comerciales ilegales. Unos genios.