Comentamos el lunes acerca del Presidente, y su alejamiento de la realidad. El miércoles, sobre lo que eso representa en términos del Estado, es decir, los diferentes poderes, órdenes de gobierno, actores relevantes. Y dijimos que la ruta en la que vamos terminará en el caos. La pregunta que surge es entonces, ¿cómo es que los mexicanos optaron por esto?
La mitad de los votos que obtuvo López Obrador en 2018 eran votos suyos, es decir, que lo han acompañado desde 2006. Son sus fieles seguidores, que creen en sus palabras, que lo consideran alguien cercano y querible. Viven engañados, pero felices en el engaño.
La otra mitad provino de quienes decían estar a disgusto con el gobierno saliente, o incluso con los resultados del periodo democrático de México, tan breve como fue. No pocos de ellos votaron por él porque tenían miedo de qué ocurriría si volvía a perder. Si en 2006 cerró Reforma, ¿podría en 2018 de verdad soltar al tigre, como dijo?, ¿incendiar el país?
Ambos comportamientos son frecuentes frente a un sicótico. En el primero cabe el síndrome de la mujer golpeada, el de Estocolmo, las relaciones tóxicas. El segundo incluye un enojo abstracto con nuestra vida, que nos lleva a buscar opciones claramente peligrosas, y suele ser fuente de adicciones. Pero no sólo eso, también el miedo frente a una amenaza flagrante. En el fondo, creo, es una especie de angustia lo que está detrás de ambas sensaciones: ira y miedo.
Es decir que México optó por el camino del caos por: el engaño, la incapacidad de construir relaciones sanas y por la angustia. Nuestro problema es, como decíamos el miércoles, un problema mental. Como usted sabe, yo no soy experto en esos temas, y por eso sólo intento plantear una explicación para lo que ocurre, pero no puedo ofrecer una solución concreta.
Lo que sí puedo decir es que, más allá de la vulnerabilidad de las finanzas públicas; de los errores estratégicos en relaciones exteriores, energía, agua, ambiente; de la destrucción institucional; del derrumbe del Estado a manos del crimen organizado y los militares, existe un tema emocional de la mayor importancia.
Se ha hecho casi un lugar común hablar de que las campañas electorales no le hablan a la racionalidad de los votantes, sino a sus emociones. Esto parece ser cierto, al menos en parte, en condiciones normales, pero lo es casi por completo en los últimos años, en todos los países democráticos, no sólo en México. En otras ocasiones hemos comentado que esto parece tener su origen en el cambio de tecnología comunicacional que nos ha hecho perder las referencias.
Si observa usted sin apasionamiento, creo que podrá confirmar que este fenómeno emocional profundo está detrás de los resultados electorales en Estados Unidos, España, Italia, Argentina, México y muchos otros países (tal vez menos evidentes).
En esta semana he intentado plantear el punto de partida de 2024: un Presidente con serios trastornos de personalidad, una clase política/empresarial dedicada al saqueo y la venganza, una sociedad con profundos problemas emocionales. Si hubiera que apostar, creo que lo seguro es el caos. Pero nada está escrito, y el próximo año será uno de los más importantes del siglo 21. No sólo en México.
NOTA: este año ha sido particularmente difícil para mí, y esto se ha reflejado en más errores de los que normalmente cometo. Por eso, intentaré descansar las últimas dos semanas del año para poder ofrecerle, en 2024, el trabajo que usted merece y que trato de cumplir. Regreso con usted el miércoles 3 de enero.