El lunes se cumplieron 30 años del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, ahora T-MEC. Muchos colegas están escribiendo al respecto, y le recomiendo el número de Nexos de enero, con varios textos interesantes. Me sumo a la multitud, espero que con un enfoque un poco distinto, que aporte algo.
En los 30 años en que hemos tenido una relación más cercana a Estados Unidos, nos hemos convertido en un ejemplo contrario a la llamada “teoría de la convergencia”, muy de moda alguna vez en los estudios de crecimiento económico. La idea central era que los países menos desarrollados tienden a crecer más rápido, convergiendo en el tiempo al nivel de los que son más desarrollados. Nuestro caso, le decía, es contrario. En estos 30 años, el crecimiento promedio de la economía mexicana ha sido de 2 por ciento anual, frente a 2.5 por ciento de la economía estadounidense. En lugar de crecer más, crecemos menos que el país rico, medio punto menos cada año.
Sin embargo, si nos regresamos a evaluar lo ocurrido en los primeros 25 años del acuerdo comercial, la diferencia era mucho menor. En ese periodo, México crecía 2.2 por ciento anual, mientras Estados Unidos lo hacía a 2.5 por ciento, es decir, una diferencia a favor de los vecinos, pero de apenas 0.3 por ciento.
Ocurre que, de 2018 a la fecha, es decir, en el actual gobierno, la diferencia entre Estados Unidos y México se ha ampliado notoriamente. En estos cinco años, el crecimiento promedio de México es de 0.6 por ciento anual, frente a 2 por ciento de Estados Unidos. No porque nos falle el comercio exterior: agropecuarios y manufacturas crecieron más del doble del promedio nacional en ese lapso, y comunicaciones y transportes lo hicieron aún más. La causa es que todo el resto de la economía está en ruinas.
Durante los primeros 25 años del tratado, crecían las actividades mencionadas, pero también otros servicios, como el comercio o lo relacionado con el sector financiero. En ese lapso, lo que crecía poco era la educación y, aunque usted no lo crea, entretenimiento y turismo. La industria (fuera de las manufacturas) daba lástima desde entonces. Este comportamiento se hizo extremo en estos últimos cinco años. Educación y entretenimiento han crecido medio punto en cinco años. Turismo ha perdido cuatro. Electricidad está 27 puntos por debajo del nivel de 2018, y construcción apenas ha crecido.
En este sexenio, ya lo habíamos comentado, lo que ha crecido es lo que está asociado al exterior: exportaciones agropecuarias y manufactureras, remesas, consumo de bienes importados, e inversión en maquinaria y equipo importado. Durante 2023, el muy extraño comportamiento de la construcción de obras de ingeniería civil (que esta columna sigue pensando es un fraude de la Sedena) ha llevado a que varios celebren un desempeño económico excepcional. Como puede verse en los datos referidos, no hay tal: estamos en el peor sexenio, en materia económica, en mucho tiempo. Apenas el de Miguel de la Madrid resulta menos bueno, debido al costo de las absurdas políticas de los 12 años previos, que se pagó entonces.
Además de evidenciar el pésimo manejo de la economía durante estos cinco años, lo que los datos nos dicen es que no hemos sido capaces de aprovechar a fondo las ventajas de la apertura y la globalización. La causa de ello la conocemos desde hace tiempo, y precisamente para enfrentarla fue que se realizaron las reformas estructurales en tiempos de Peña Nieto. Había que romper la concentración que favorecía a las fortunas, y a los sindicatos, creados al amparo del PRI. La reacción también la conocemos: vive en Palacio.