Mal empezó la campaña para Sheinbaum. Sus eventos masivos no se llenan (más bien se vacían), no asiste a reuniones públicas donde puedan preguntarle, y no logró cuajar su gira internacional, por la misma razón: querían controlar los cuestionarios. Del otro lado, Xóchitl Gálvez no sólo llena plazas y estadios, sino que recibe ovaciones en esas reuniones públicas que Sheinbaum desprecia. En redes, la diferencia a su favor es abismal.
Nada más va una semana, de las 13 que tendrá la campaña, y la dinámica puede cambiar, pero en el arranque, pinta mal la candidatura oficial. Aunque sigue teniendo ventaja, en las encuestas que no se publican, pero se conocen, la diferencia es de un dígito, y reduciéndose. Por otra parte, aunque el gobierno siga presionando a medios y controlando el discurso público, la evidencia de que la elección no está decidida es abrumadora, y una elección competida jala votantes. Como ya hemos comentado muchas veces, con una asistencia a las urnas similar a las de otras elecciones presidenciales (62 por ciento del padrón), el triunfo de Xóchitl es muy probable.
En consecuencia, Sheinbaum debería buscar que cambie la dinámica, pero el cambio no está sencillo. Ella esperaba competir y ganar con base en la popularidad de López Obrador, pero ésta se ha mellado. Así, López Obrador, que era el único activo de Claudia, se convierte en un pasivo. Además, las varias humillaciones que ha sufrido de su parte (Harfuch, la llamada a Palacio, las 20 reformas) le han restado capacidad de interlocución. Nadie quiere hablar con quien no tiene poder.
Me dicen que en reuniones cerradas, afirma que no está de acuerdo con López Obrador, y que su gobierno sería muy diferente. Pero no se atreve a decirlo en público. El tema es que López Obrador está perdiendo aprobación muy rápido, aunque muchas encuestadoras no lo vean. Le ha pegado muy duro la evidencia de los negocios de sus hijos, y las dudas sobre el financiamiento de sus campañas. Le cuesta mucho su cercanía con el Cártel de Sinaloa (el saludo a la madre del Chapo) y su política de “abrazos, no balazos”. La sospecha ya cuajó, y no podrá quitársela.
El dilema para Claudia es que, sin esa popularidad, el triunfo se le escapa. No tiene características elementales para ser candidata: simpatía, carisma, comunicación, no son lo suyo. Si es correcta mi apreciación de que López Obrador ha entrado ya en el ocaso, la única posibilidad de ganar para Claudia es rompiendo con él. No de forma abrupta ni frontal, pero sí delineando un proyecto que sea claramente distinto al actual, y convenciendo que podrá impulsarlo.
Porque hasta ahora no se ve cómo podría gobernar, en caso de ganar. Las candidaturas al Congreso las puso López Obrador, así como las gubernaturas que se disputan, y las 23 que tiene su coalición. Al programa que éste le impuso el 5 de febrero no le hizo reparo alguno. Además, lo poco que ha dicho que parece propio, ya Sergio Negrete lo calificaba de anacrónico y absurdo.
Los dilemas son profundos. Si no se distancia de López Obrador, la arrastrará el crepúsculo del líder. Si se distancia, no tiene condiciones de candidata ganadora. Si quiere distanciarse, debe convencer de que tiene un programa propio, pero de futuro, y eso no parece existir. Si lo tuviese, tendría que convencer que podrá aplicarlo, pero no tiene nada propio: ni candidatura, ni Congreso, ni programa, ni estructura.
Por eso querían llegar a la campaña con la elección resuelta. Porque en el contraste las deficiencias se harían muy evidentes. Faltan 12 semanas. Si son apenas cercanas a la que acaba de terminar, Morena está liquidado.