El mito del país petrolero fue fundamental en la construcción del régimen de la Revolución. Aunque la propiedad del subsuelo se define desde 1917, la nacionalización de los fierros, en 1938, convierte este tema en uno de los ejes del Nacionalismo Revolucionario. Para ese año ya las empresas extranjeras invertían poco en México, por la amenaza de la Constitución, y porque desde 1921 se había descubierto petróleo en Venezuela, más fácil de extraer y abundante. También es cierto que hubo apoyo del gobierno estadounidense para impulsar la nacionalización, que golpeaba más a británicos y holandeses, pero sobre todo aseguraba el control del crudo frente a la ya muy clara amenaza nazi. No se debe olvidar que Cárdenas nacionaliza la industria antes de que se cumpliera una semana de la Anschluss, la absorción de Austria por parte de Alemania.
Pocos días después de la nacionalización, Cárdenas se deshizo de la rebelión de Cedillo y transformó el PNR fundado por Calles en un verdadero partido corporativo, el Partido de la Revolución Mexicana, verdadero antecesor del PRI y, por ello, abuelo de Morena. Vivimos desde entonces en un sistema autoritario, de discurso nacionalista (y ocasionalmente xenófobo), que afirmaba trabajar por el desarrollo de la economía y el bienestar de los mexicanos.
No era cierto, como empezó a saberse en los años sesenta, cuando investigadores extranjeros evidenciaron la persistencia de la miseria, escondida en los cerros y en las ciudades perdidas. Fue a ellos a los que enfrentó Echeverría, y les respondió promoviendo el desarrollo compartido, que resultó un gran fracaso. El énfasis que puso en despreciar al resto del mundo, al cambio tecnológico y al sistema financiero global provocó una seria crisis al final de su gobierno, que su sucesor logró posponer unos años precisamente haciendo uso del petróleo como palanca.
Como resultado del embargo árabe de 1973, el crudo pasó de los 3 dólares que valía un barril desde los años cincuenta a más de 12 en unos pocos meses, y eso permitió considerar la extracción de petróleo en las aguas someras de la Sonda de Campeche. Cantarell, pues, que para 1980 ya producía más de un millón de barriles diarios. Ni siquiera así era México un país relevante en el mercado petrolero internacional, aunque nos contaran lo contrario.
Esa misma fuente nos permitió sortear los años ochenta, de crisis continua, sin hacernos responsables: en lugar de cobrar impuestos, optamos por favorecer la emigración y la economía informal. Sentamos las bases del país desconectado en que hoy nos encontramos. Paulatinamente, nos terminamos los mantos de la abundancia, y desde 2004 la producción de crudo se reduce cada año. Un poco antes de eso empezaron los problemas serios con la refinación, por la menor calidad del crudo, por el envejecimiento de las plantas y por los abusos del sindicato. En este gobierno, perdemos 10 mil millones de pesos cada mes en ese Sistema Nacional de Refinación que no funciona.
La próxima semana habrá otra celebración del acto fundacional de Cárdenas. La semana pasada, Xóchitl Gálvez afirmó que, en caso de ganar, considerará cerrar refinerías, específicamente Madero, que es un pozo sin fondo, y Cadereyta, por la contaminación que invade la zona metropolitana de Monterrey. Tiene toda la razón, pero seguramente en la celebración se le atacará por poner en duda el mito.
Los liberales del 19 se inventaron un pasado grandioso previo a España para dotar de una base de legitimidad a la nación que estaban construyendo. Los revolucionarios del 20, para quitarse de encima a Porfirio, elevaron a los liberales al Olimpo. Es así como los mexicanos aprenden a vivir viendo el pasado. Eso es precisamente lo que ha intentado este gobierno: quitar toda pretensión de futuro a México, devolvernos a vivir en el pasado. Eso es también el mito del país petrolero. Sólo habrá futuro rompiendo las cadenas del pasado.