El allanamiento de la embajada de México en Ecuador es una violación al derecho internacional, y es inaceptable. Hizo bien México en suspender relaciones con ese país. Sin embargo, un evento tan poco común (parece que sólo hay un antecedente cercano, con la embajada de Ecuador en Cuba) requiere contexto para entenderse. No hay excusa, pero tal vez haya explicación.
América Latina es la región más violenta del mundo, con la excepción de conflictos armados abiertos. Buena parte de esa violencia responde a actividades ilegales, especialmente el tráfico de drogas y de personas. Estos fenómenos han crecido desde la década de los setenta, asociados a una política más restrictiva en Estados Unidos. A mediados de los ochenta, México tuvo un gran enfrentamiento con su vecino alrededor del asesinato del Kiki Camarena, que llevó a la destrucción del Cártel de Guadalajara, del que surgieron las principales organizaciones criminales mexicanas de los años noventa.
En ese contexto, Fidel Castro decidió cerrar el camino que llevaba de Medellín a Florida, y aprovechó para culpar al último héroe de la Revolución, Arnaldo Ochoa, de ser quien facilitaba ese tránsito. Ochoa fue fusilado en julio de 1989. Castro no imaginaba que pocos meses después caería el Muro de Berlín, y un par de años más tarde la Unión Soviética, el sostén económico de la isla. Cuba vivió una década terrible en los noventa, que terminó cuando Hugo Chávez alcanzó la presidencia de Venezuela y se dispuso a rescatar a su ídolo.
Cuando ocurre un golpe de Estado en Venezuela (2002), Castro retribuye con el apoyo de la inteligencia cubana, y muy rápidamente parasita las Fuerzas Armadas de Venezuela. Cuando Chávez muere (en Cuba), son los cubanos los que colocan a Maduro en la Presidencia. Para entonces ya Venezuela se ha convertido en un narco-Estado y ha sido totalmente saqueado por Cuba.
En Colombia, que sufrió considerablemente en los años ochenta e inicios de los noventa a manos de grupos criminales y ‘guerrillas’ que se convirtieron en lo mismo, llegó a la Presidencia Gustavo Petro hace año y medio. Después se conoció que el crimen organizado había financiado parte de su campaña, a través de su hijo. La cercanía entre Petro y Maduro es conocida.
El tercer país en el norte de América del Sur es Ecuador. Ahí gobernó Rafael Correa durante diez años (2007-2017) con una política coincidente con el socialismo bolivariano de Chávez, que incluía algo similar a ‘abrazos no balazos’ frente al creciente crimen organizado. La ola de corrupción de Odebrecht, que alcanzó a todo el continente, ocurrió durante ese tiempo, y tanto Correa como colaboradores suyos fueron acusados de participar. Correa alcanzó a asilarse en Bélgica, donde vive hoy. Muchos de sus colaboradores huyeron a México cuando Noboa ganó la Presidencia. Jorge Glas ya no pudo: había sido detenido y sentenciado en 2017, liberado y vuelto a detener en 2022 (y luego otra vez en 2023) por un juez sobre el que hay sospechas de cercanía con el crimen organizado. En esa condición de libertad provisional es que ingresó a la embajada de México en diciembre pasado, en calidad de ‘huésped’.
A inicios de este año, el presidente de Ecuador, Daniel Noboa, decretó estado de excepción después de la fuga del líder del principal grupo criminal en Guayaquil. Por momentos, alrededor de ese evento, parecía que el crimen podía reemplazar al Estado en esa región. El estado de excepción se extendió por noventa días, que terminan hoy.
Como puede verse, una región con narco-Estados, corrupción y crimen organizado crecientes, y presidencias alcanzadas en democracia, pero con sospechas de financiamiento ilegal y evidencias de cercanía con esos narco-Estados. No hay excusa para la violación cometida por el gobierno de Ecuador. Hay, sin embargo, contexto.