Los debates sirven para que los votantes puedan tener una mejor idea del carácter, capacidad y propuestas de los candidatos. Puesto que los humanos tenemos muchas deficiencias cognitivas (sesgos), es difícil conciliar entre lo que ve cada uno de los espectadores. Si se tiene la expectativa de escuchar propuestas detalladas, y en lugar de ello hay ideas generales, el evento no gusta. Si se tiene la idea de que una candidata debe comportarse de cierta forma, y eso no ocurre, tampoco. Lo relevante, pensando en el voto, es cómo la percepción del carácter, capacidad y propuestas impacta en la decisión de los espectadores.
Muchos colegas concluyeron que Sheinbaum habría salido avante del debate porque no fue noqueada por Xóchitl Gálvez. Es decir, no ocurrió lo que esperaban. Mi impresión es que el resultado es el inverso: la imagen que proyectó Sheinbaum no fue de seguridad y confianza, sino de soberbia y desprecio. Como lo comento con más detalle en mi comentario semanal en YouTube, al verla pensé en un personaje que los mexicanos mayores de 40 años tienen en mente: la bruja de Blancanieves, la madrastra de Cenicienta, ese personaje malvado, sin corazón ni sentimientos, que aparece en casi todas las películas de Disney, y en algunas de la época de oro del cine mexicano.
Si mi impresión es correcta, entonces el resultado del debate será dañino para Sheinbaum, y eso parece confirmarse con las primeras horas posteriores: tanto en redes, como en el rostro de López Obrador, no les fue bien.
Como siempre, hay quienes se quejan de que no hubo propuestas, de que lo poco que se dijo no es coherente, no tiene financiamiento claro, o cosas parecidas. Aquí también insisto en una interpretación poco popular: no es momento de propuestas. Desde que las redes sociales se convirtieron en las creadoras de la opinión pública, no hay manera de proponer. Dejaron de existir los temas nacionales, que eran pocos y claros, y fueron sustituidos por demandas de grupo, abundantes y difusas. Por eso los partidos políticos, en todas las democracias, sufren del rechazo popular.
Por otra parte, el debate sufrió de lo mismo que hemos sufrido en centenares de conferencias matutinas: mentiras. No hubo declaración de Sheinbaum que fuese cierta: ni el respaldo al actual sistema de salud, ni los ahorros por 2.4 billones de pesos, ni el tianguis digital, nada de lo que dijo era verdadero, pero el formato del debate no permitía evidenciarla, y los moderadores no lo hicieron. Ya se publicaron verificaciones, que permiten confirmar que la señora Sheinbaum, como López Obrador, no tiene respeto alguno por la verdad.
Hay dos grupos claramente convencidos de su voto, que según González Molina son más o menos del mismo tamaño: quienes adoran y quienes desprecian a López Obrador. El grupo más grande de votantes, el que cambia de opinión, tiene una mayor proporción que se inclina en contra del grupo gobernante. No creo que la actitud soberbia de Sheinbaum los acerque, ni me parece que la actuación desordenada de Xóchitl Gálvez los haya alejado.
Al final, la elección es un plebiscito: no es un tema de propuestas específicas, sino de decidir si se prefiere destruir definitivamente la democracia, el Estado de derecho y las posibilidades de desarrollo personal, como ha sido en este gobierno, y lo sería con Sheinbaum, o se opta por detenerla. La decisión es entre un país cada vez más controlado por el crimen organizado, y asociado a las dictaduras del continente y Asia, o uno que regrese a su proceso de integración con Norteamérica e intente enfrentar con éxito a los criminales.
Eso es lo que se decide, estamos en un mundo diferente, y convendría a muchos actualizar su marco de referencia. Ah, y escoger con cuidado las casas encuestadoras.