Al cambio de milenio, muchas personas realmente creyeron que el mundo podía acabarse. La mayoría más bien se preocupaba de un posible cataclismo computacional, que tampoco ocurrió. Años después se hizo popular la idea de que los mayas habían identificado el fin de los tiempos, e incluso se hablaba de ‘profecías mayas’, inexistentes. Obviamente, el mundo no se acabó tampoco entonces.
Hoy, sin embargo, tenemos la fecha exacta del fin del mundo, de acuerdo con López Obrador: el 3 de junio. No lo ha dicho explícitamente, pero todas sus acciones están guiadas por ese pensamiento. Todo lo que pueda prometerse, se fecha para después del día señalado. Todo lo que pueda utilizarse, hay que usarlo antes de él. Es una versión del dicho aquél que asocian con Luis XIV: después de mí, el diluvio.
Buscarle a las Afores, anular a los jueces, crear pleitos internacionales, hay que hacerlo de una vez. La seguridad, el sistema de salud, el abasto de agua, eso se promete para después.
Todas las acciones de López Obrador están dirigidas a ganar la elección presidencial, pero además a dejar claro que quien ganará no será su candidata, sino él mismo. Por eso él definió las candidaturas de gobernadores, senadores y diputados, por eso anunció el 5 de febrero el plan de gobierno del siguiente sexenio, por eso promueve su triunfo en las conferencias matutinas, flagela a sus críticos y adversarios, pero además reconviene a su candidata, que según él no hace el esfuerzo suficiente por idolatrarlo.
Puesto que nunca logró algún éxito en su gobierno, lo que busca es obstaculizar las elecciones hasta donde sea posible: presionando al INE, dejando al Tribunal incompleto, promoviendo el abstencionismo, porque sabe que si vota menos de 60 por ciento del padrón, es posible el triunfo de su candidata, pero resulta imposible cruzando ese nivel. Pudo haber llegado a estas fechas con una amplia mayoría detrás de él. Recuerde que ganó con 53 por ciento de los votos, y para el primer trimestre de 2019 contaba con una aprobación de 80 o 90 por ciento. Bastaba no hacer nada.
Pero, ya lo hemos platicado, la estrategia no es su fuerte. Por eso se quedó sin nada que presumir, y se le fueron acumulado cabos sueltos en estos últimos meses, desde conflictos en su movimiento hasta evidencias de abundante corrupción, pasando por fracasos en sus proyectos, conflictos internacionales, problemas financieros y malas noticias económicas. El sueño del triunfo abrumador ha desaparecido, y el riesgo de la derrota existe, aunque él no sea capaz de asumirlo.
Lo que ocurrirá a partir del día 3 de junio le aseguro que no lo ha pensado. El mundo ya no existirá a partir de ese día, de forma que no hay razón para hacer planes de ningún tipo. Si, milagrosamente, ese día sale el Sol, él seguirá siendo el factótum mexicano. Y si no es así, habrá sido algún tipo de fraude, complot internacional, golpe técnico, blando, dulce, amargo o como entonces se le ocurra llamarlo. Frente a eso, habrá que convocar al pueblo. Pero si el pueblo no le dio su voto, menos le dará respaldo frente a esa imaginaria conjura.
En lo que para él es el fin del mundo, a pocos les será rentable arriesgar su propio futuro. Sin duda, no a los militares, ni a gobernadores o magistrados. De hecho, si no fuese tan difícil para él, podría ver cómo se le están yendo ya sus aliados. Porque si el mundo se acaba ese día para López Obrador, para los demás no. Y hay que acomodarse a lo que sigue: en municipios, en estados, y al sumar, en el país entero.
En eso sí los mayas eran buenos, pero parece que no dejaron herencia en Tabasco.