La próxima será la última semana de la actual Legislatura, al menos en su trabajo ordinario. Cierran a tambor batiente: quieren robar a los mayores de 70 años, anular a jueces y Suprema Corte, y dar al presidente la capacidad de amnistiar a cualquier criminal, sea que se apellide Gatell, Zaldívar o López. Digo, por poner ejemplos.
Este final de sexenio está siendo totalmente claro. El grupo en el poder está ahí para no soltarlo nunca, y para robarse todo lo que puedan. Si alguien no lo ve, es por limitaciones extraordinarias, o porque no quiere verlo.
La idea de apropiarse del dinero que se encuentra en Afores de las personas de más de 70 años es un robo, no hay otra palabra. Se trata de cuentas financieras personales, no de fondos o fideicomisos. Es como si se les ocurriera legislar que las cuentas bancarias de las personas cuyo apellido inicia con S serán requisadas para con ello financiar a quienes inician su apellido con L. Si eso le parece absurdo, es exactamente lo mismo que se está aprobando en Cámara de Diputados.
La peregrina idea del Senado de que se puede terminar con la suspensión dictada por un juez no es otra cosa que borrar la existencia del Poder Judicial. A partir de ese momento, el Congreso podría aprobar leyes totalmente inconstitucionales (como el caso de las Afores mencionado arriba) sin que nadie pudiese defenderse. Si, como ocurre hoy, el Legislativo está controlado por el Ejecutivo, entonces los tres poderes estarían en manos de una sola persona. Eso suele llamarse ‘dictadura’.
La desesperación los está alcanzando. A pesar de haber repartido dinero a manos llenas durante los primeros tres meses del año (recuerde que adelantaron pagos, porque desde abril ya no pueden entregar), resulta que la actividad económica en esos meses fue inferior a la que teníamos al cierre del año pasado. Contra el primer trimestre de 2023, hay un pírrico crecimiento de 1.6 por ciento. Muy pocos van a estar esperando la publicación del PIB del primer trimestre dentro de un mes, pero todos lo están sintiendo ahorita. La expectativa que teníamos era que hubiese un buen desempeño en el primer semestre del año, alimentada con el gasto electoral y electorero, pero resulta que no fue así. Imagínese cómo se pondrá después de la elección, cuando ya se hayan gastado todo, porque el 3 de junio se acaba el mundo, como comentábamos la semana pasada.
En las pocas encuestas con seguimiento diario, sea de aprobación presidencial o intención de voto, el desplazamiento hacia el piso es muy claro. El conflicto con Ecuador no parece haber tenido impacto alguno, ni el primer debate movió las tendencias. El agotamiento se hace evidente en amplios grupos que mantuvieron la esperanza por más de cinco años, pero a cinco meses del final del gobierno ya no están tan seguros de que se les vaya a cumplir. El reclamo permanente desde Palacio a un pasado cada vez más remoto, a un Poder Judicial que pocas personas realmente ubican, el continuo enfrentamiento, van cansando a quienes pensaron que el cambio les resolvería sus problemas. No es así, porque nunca lo es, pero ahora les habían insistido en que sí funcionaría.
Cierran su gobierno enseñando todo el cobre: rateros, peleoneros, improvisados, incapaces. La gente nada más quería seguridad, algo de honestidad y un poco de apoyo. Nada consiguieron, y ven que el show no se acaba, que les prometen que ahora sí, que bolseando a unos alcanzará para otros. No se ven inversiones, ni mucho menos el nearshoring. Ya no se genera empleo formal. Los precios de alimentos, y sobre todo el gasto en salud, se comieron más de lo avanzado en salarios.
Un mal experimento, que no vale la pena repetir.