La semana pasada, la combinación del calentamiento global y el fenómeno del El Niño dio como resultado una ola de calor extremo en México. Lamentablemente, eso hizo evidente el gran fracaso de las políticas energéticas, específicamente en electricidad. Resulta que no tenemos margen de maniobra frente a un incremento de demanda, y durante tres días el sistema entró en emergencia, lo que implicó apagones localizados para evitar el colapso del sistema entero.
No existe sistema alguno que sea a prueba de fenómenos naturales. Hace un par de años, por ejemplo, una helada extraordinaria puso a Texas en situación crítica. Lograron resolverlo en un par de días. Lo ocurrido la semana pasada no fue algo inesperado. Es muy claro que la temperatura del planeta es ahora un grado centígrado mayor de lo que era hace 50 años, y también es conocido el impacto de El Niño, que puede añadir otro grado más, como ocurrió en 1998, y nuevamente ahora. Cuando eso ocurre, la demanda de electricidad para enfriamiento es mayor de lo normal. Para lidiar con eso, se planea anticipadamente (varios años antes, pues) para que la generación de electricidad pueda ir por arriba de la demanda esperada, incluso en casos como éste.
Desafortunadamente, el gobierno actual frenó el proceso que habíamos iniciado para contar con mayor generación eléctrica, preferentemente de fuentes limpias, debido a la creencia de que la electricidad debe estar bajo control del gobierno. La Comisión Reguladora de Energía, CRE, dejó de dar permisos para la instalación de nuevas plantas, e incluso bloqueó algunas que ya están en condiciones de operar. Lo hizo para que la CFE tenga una mayor participación en el mercado, incluso violando la ley, que obliga a conectar a los generadores más baratos en cada momento del tiempo. Esto ha provocado problemas prácticamente desde el inicio del gobierno, pero en la semana pasada llegaron a niveles dramáticos. Estuvimos a nada del colapso.
Mientras la CFE quiere generar más, se olvida de hacer lo que le toca, que es la transmisión y distribución, en lo que es monopolio. No se ha invertido en ello, y esto es muy serio porque, aunque pudiéramos instalar más plantas de generación en pocos meses, no habría forma de incorporarlas al sistema, porque las líneas de transmisión no dan. En pocas palabras, lo que nos deja este sexenio en electricidad es un rezago de tal vez cinco años. Olvídese de inversiones nuevas en manufacturas, si no podemos tener electricidad suficiente para la vida diaria.
También la semana pasada nos enteramos de que el gobierno está pensando absorber 40 mil millones de dólares de la deuda de Pemex. Dependiendo de cuándo ocurra eso, hablamos de 650 o 700 mil millones de pesos, que habrán de sumarse a los casi dos billones que se han quemado en ‘rescatar’ Pemex. A pesar de eso, la empresa produce hoy menos crudo que hace seis años, refina menos gasolina (y más combustóleo) y pierde más dinero que entonces. Dos Bocas no refinará en un buen rato, y habrá costado más de 400 mil millones de pesos, irrecuperables.
En suma, la política energética fue un fracaso rotundo. Lo mismo ocurrió en seguridad, que hoy está peor que hace seis años, y en educación, donde más de un millón de niños no regresaron a las escuelas, y quienes lo hicieron perdieron años de aprendizaje. El desastre en salud es todavía mayor. En todos los casos, se requerirán años para recuperar el nivel que se tenía en 2018. Y si a eso agregamos la destrucción de la administración pública y el deterioro de las finanzas públicas, tal vez hablamos de décadas. Y eso si empezamos a corregir pronto. Tan pronto como en tres semanas. Vote.