Estamos en el periodo de reflexión previo a la jornada electoral, que se llevará a cabo este domingo 2 de junio. Vaya a votar. No debe hablarse o escribirse a favor o en contra de alguna de las opciones que se elegirán, de manera que hoy le ofrezco una revisión muy rápida de lo que ha sido México. Tal vez le ayude en la reflexión.
México se independiza de España en 1821, como parte de un proceso de derrumbe que inició con la invasión de Napoleón a ese país en 1808. Sin embargo, México no logra conformar un Estado sino hasta después de la Intervención Francesa. Antes de eso, se luchaba por sobrevivir, y aunque perdimos la mitad del territorio, tal vez haya que pensarlo al revés: salvamos la mitad.
La expulsión de los franceses termina ese tiempo de angustia y supervivencia, y se inicia una época con cierta estabilidad política y desarrollo económico. Al principio de forma muy lenta, con Juárez, y ya con Porfirio de manera más acelerada. México se convierte en la gran potencia industrial de América Latina, se establece un sistema financiero razonable, nos conectamos con el mundo. Ese Estado liberal se derrumba por la incapacidad de Díaz de administrar su sucesión. Como se sabe, es precisamente la sucesión el momento más complicado de cualquier régimen, y eso es especialmente cierto bajo sistemas autoritarios.
Cuando Díaz renuncia, hace justo 113 años esta semana, viene el caos. El peor momento de lo que llamamos Revolución ocurre cuatro años después de esa renuncia, en 1915: la guerra civil. Los ganadores de esa guerra son los Sonorenses, un grupo de jóvenes con algo de estudios, esencialmente laicos, emprendedores, que buscan convertir a México en un país moderno, de pequeños empresarios. Desafortunadamente, antes de lograrlo se matan entre ellos, incapaces de coordinarse. El último que queda, Plutarco Elías Calles, después de gobernar un sexenio haciendo uso de tres presidentes, le entrega el poder a un michoacano, Lázaro Cárdenas. Ahí cambia todo.
Cárdenas no cree en ese país capitalista de pequeños empresarios. Es un convencido de que el futuro apunta más al socialismo, al soviético para ser más claros. Construye entonces un sistema corporativo, estatista, en el que apenas hay algo de espacio para la iniciativa privada, siempre subordinada al poder político. Esto fue antes de la II Guerra Mundial, y aunque hoy parezca absurdo, en ese momento era lo que se hacía en todas partes del mundo.
Después de la II Guerra, sin embargo, ese modelo no alcanzaba, y le tocó a Miguel Alemán hacer el ajuste, complementando el sistema corporativo con el capitalismo de compadrazgo. Se abre espacio a empresarios, siempre y cuando se conviertan en socios de los políticos. Desde el Estado se decide quién puede hacer negocios y quién no. Ahí se construyen las grandes fortunas que todavía hoy tienen mayoría en el Consejo Mexicano de Negocios. Y ahí también inicia la corrupción que se convierte en el gran instrumento del partido único para administrar los conflictos.
Como todo, también este modelo se hace anacrónico, y después de 1968, el año de la derrota global de la izquierda, y de 1971, el abandono de Bretton Woods, había que cambiar. Para mala suerte, nos tocaron entonces dos presidentes particularmente incompetentes: Luis Echeverría y José López Portillo, de manera que en 1982 todo se viene abajo. La peor crisis de la historia moderna.
Obligados por las circunstancias, a partir de 1986 buscamos corregir el rumbo, terminar con el corporativismo y el capitalismo de compadrazgo, abrirnos al mundo, ser por primera vez un país democrático. Hace casi 40 años de eso, pero hablar de ello hoy podría influir en su voto este domingo, así que no lo haré. Platicaremos el lunes.