Los sistemas de votación no son inocuos. Lo que uno quisiera es que sirvieran para reflejar lo que los votantes desean, pero diferentes sistemas dan diferentes resultados. Los que mejor cumplen ese objetivo, desafortunadamente, resultan complicados de aplicar, o generan suspicacias, de manera que acabamos utilizando malos sistemas de votación (en el sentido de que no reflejan el deseo de los votantes) a cambio de obtener tranquilidad en la votación (fáciles de aplicar, aparentemente creíbles).
Una de las peores formas de votación es la más usada: gana el que tenga más votos. Cuando sólo hay dos opciones, y una sola elección, no hay mayor problema, pero si el número de candidatos es mayor, o si se eligen muchas posiciones (como ocurre en el Congreso), este sistema termina siendo el que menos refleja los intereses de los votantes. Hay opciones mucho mejores, que no son fáciles de aplicar, pero que ahora, con el apoyo tecnológico, podrían serlo, y nos pondrían en una mejor situación.
Lo comento porque en estos últimos días hemos visto tres diferentes sistemas, en otros países, y tenemos encima la aplicación de una arbitrariedad, aquí mismo. Primero, el caso de Estados Unidos. Hace poco menos de dos semanas atestiguamos el debate entre los dos principales candidatos a la presidencia de Estados Unidos. Uno con dificultades cognitivas, el otro con deficiencias éticas. A pesar de la amplia discusión acerca del posible retiro de Joe Biden, no está de más recordar que en ese país la Presidencia no se gana con la mayoría de votos, sino obteniendo el mayor número de votos electorales. Cada estado tiene un cierto número de estos votos, y el triunfador en ese estado se lleva todos esos votos, así haya ganado por un solo ‘voto normal’. A como están las cosas, todo se decide en tres estados: Michigan, Wisconsin y Pennsylvania. Trump necesita ganar uno de ellos, o no gana la Presidencia. Aunque haya más de 160 millones de votantes en ese país, al final nada más los poco más de 16 millones que viven en esos estados definirán la elección.
El jueves pasado hubo elecciones en Reino Unido. En ese país hay 650 parlamentarios que se eligen, cada uno, por mayoría: el que gana más votos obtiene el cargo. Hubo una participación bastante triste, y el Partido Laborista acabó obteniendo 64 por ciento de las curules… con 34 por ciento de los votos. Los Conservadores, en cambio, con 24 por ciento de los votos obtuvieron 19 por ciento de las curules. Hay una sobrerrepresentación que no proviene de ninguna regla especial, sino de la elección por mayoría simple en cada uno de los distritos.
Ayer domingo, en Francia, ocurrió la segunda vuelta de la elección parlamentaria, que inició el domingo anterior. Hace una semana, el Rally Nacional había ganado de calle, pero ayer no pudo mantener su posición. Puesto que en cada distrito se puede votar en segunda vuelta, los derrotados de la primera construyeron coaliciones que, al final, les dieron el triunfo.
Observe que los tres sistemas dan resultados diferentes. En todos ellos, el sistema tiene un gran peso en quién gana, más allá de lo que los votantes quieran. Pero todo mundo sabe cómo funciona el sistema, y con base en ello toman sus decisiones. En México, en cambio, las reglas no son claras en absoluto. Con 55 por ciento de los votos, la coalición ganadora quiere tener 75 por ciento de los diputados, ampliando la cláusula de sobrerrepresentación, de 8 a 20 puntos. Es una arbitrariedad, que no sólo representa mal la voluntad de los votantes, algo que los demás sistemas también hacen, sino que quiere aplicarse para destruir de forma definitiva la democracia en México. Habría mucho que mejorar en los sistemas de votación pero, en nuestro caso, con que volvamos a tener elecciones ya será ganancia. Nada más no olviden que cuando se cierran las puertas de la democracia, se abren las puertas de la rebelión.