Fuera de la Caja

Cuatro

López Obrador fue electo democráticamente, y su legitimidad derivaba de ello. Ha destruido la democracia en México, y le ha negado a su sucesora esa misma fuente de poder.

Cuatro colaboraciones más en este sexenio. Tres en la semana, y una el próximo lunes, que será el último día en que López Obrador viva en Palacio Nacional. La presidenta será Claudia Sheinbaum, aunque la definición de quién controlará el inmenso poder hoy acumulado en López será un tema pendiente.

En las democracias, los votos otorgan la legitimidad. Desafortunadamente, la elección del 2 de junio pasado no fue democrática. Tres años de campaña con financiamiento del gobierno, tres años de intervenciones ilegales del presidente, de coaccionar el voto amenazando con la pérdida de programas sociales. Una burbuja de consumo financiada por completo con deuda, equivalente al 4% del PIB en 2023 y casi el 6% en la primera mitad de 2024, para asegurarse la lealtad. El control del discurso público a través de conferencias matutinas, pero también de medios maniatados, o francamente entregados. No, la elección no fue democrática.

Peor aún, ni siquiera estoy seguro de los resultados publicados. No puedo estarlo porque las instituciones electorales, débiles y colonizadas, no pudieron garantizar las reglas que determinan el carácter democrático de la elección. Pero ocurre que tampoco los partidos de oposición fueron capaces de cubrir las casillas y tener actas suficientes para confrontar los resultados. Una oposición que no lo fue, empezando con el partido esquirol del sexenio, siguiendo con una candidata que no supo construir una narrativa e imponerla a su coalición, y terminando con esa coalición que buscaba prebendas más que votos, y terminó sin ambos.

Pero las instituciones, débiles y colonizadas, no sólo certificaron el triunfo de Sheinbaum, sino que además otorgaron al menos treinta diputaciones a la coalición oficial de manera inconstitucional, es decir, forzando la sobrerrepresentación. En el Senado, mediante extorsión, corrupción, y tal vez incluso la comisión de delitos peores, esa coalición ha logrado conformar una mayoría calificada. El resultado es que la Constitución ha quedado en manos de un solo grupo político, que se conformó alrededor de una sola persona, y en el que participan personajes que han demostrado querer igualar a su líder en sus principales características: la mentira, la falta de empatía, la desvergüenza.

López Obrador fue electo democráticamente, y su legitimidad derivaba de ello. Ha destruido la democracia en México, y le ha negado a su sucesora esa misma fuente de poder. Claudia Sheinbaum llega a la Presidencia de forma legal, pero su legitimidad se deriva de una fuente autoritaria: fue seleccionada por el caudillo, el dictador que hoy concentra en su persona, por ocho días más, los tres poderes: el que legalmente le corresponde, el que sus lacayos le otorgan, y el que no puede estar en funciones en este momento, oscilando entre el paro de labores y una reforma sin pies ni cabeza.

El cierre del sexenio, como se acostumbraba hasta hace treinta años, es caótico. La burbuja de consumo ha llegado a su fin, dejando un déficit fiscal inmanejable, que ya ha puesto el nivel de deuda muy cerca del límite aceptable por los mercados; la gestión pública prácticamente ha desaparecido, y no hay secretaría que pueda cumplir con sus funciones mínimas: salud, educación, gobernación, relaciones exteriores, en muchas de ellas ni siquiera hay quienes sepan escribir oficios.

Pero el caso más grave es sin duda la seguridad pública. El abandono que promovió López Obrador permitió la expansión de grupos criminales, que ahora controlan mucho más territorio que antes, y administran muchas más opciones de negocio. Frente a ellos, ya no habrá policía, sino ejército, incapaz por definición de cuidar a la ciudadanía.

Al caos de una crisis económica en ciernes, se ha sumado una crisis social por negligencia gubernamental, y una crisis política por la destrucción de la democracia. Esa es la herencia del desquiciado.

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