En diversas ocasiones hemos comentado acerca del parecido entre el sistema hegemónico en que entramos ahora y el vivido durante casi todo el siglo XX, que suelo llamar régimen de la Revolución, pero es más identificado con el priismo. Como entonces, ahora hay una fuerza política que ocupa el Poder Ejecutivo federal, tiene mayoría calificada en ambas cámaras, controla 24 entidades federativas, y está intentando destruir la autonomía del Poder Judicial.
Sin embargo, hay también diferencias importantes con aquel sistema, entre las cuales hemos enfatizado la falta de disciplina y de prácticas políticas similares. Pero hay un par de cosas muy distintas entre el intento hegemónico morenista y el régimen de la Revolución.
La primera es que el fundador real del viejo régimen, Lázaro Cárdenas, era un constructor de instituciones, y supo diferenciarlas de su persona, al grado no sólo de hacerse a un lado, sino de buscar activamente el equilibrio de fuerzas. No nada más evitando que un miembro de su grupo lo sucediera en la Presidencia, sino actuando cuando otro presidente intentó perpetuarse (Alemán). Hoy, el fundador del nuevo régimen hegemónico ha sido más bien un destructor, y no se ve que esté dispuesto a separarse del proceso.
La otra diferencia creo que es más importante, aunque en principio no lo parezca. En sociedades diversas no existe posibilidad de que una sola fuerza política sea capaz de controlar todo. En consecuencia, es inevitable que existan movimientos opositores (políticos, económicos, sociales). Esos movimientos pueden ser enfrentados, pero difícilmente destruidos. En el viejo régimen, lo que se hizo fue permitir la existencia de aquellos que fuesen menos peligrosos, cooptar a un siguiente grupo más agresivo, y sólo enfrentar al resto. Así, aunque el PAN se fundó para enfrentar al PRM (luego PRI), no hubo persecución abierta. Es cierto que se les obstaculizaba, y rara vez se les permitía ganar una elección, aunque fuese municipal, pero la violencia fue poco común.
Algo similar ocurrió con los empresarios que no quisieron subordinarse al PRI: se les dejó en paz, pero también sin mucho espacio para crecer (grupo Monterrey). Obreros y campesinos fueron cooptados desde el principio (es la esencia del PRM de Cárdenas), y la disidencia siempre tuvo primero ofrecimientos, y después represión. Otra vez, mucho menos frecuente de lo visto en otras partes.
Morena no está actuando de esa forma. Como es evidente desde la elección, su percepción es que sólo ellos tienen derecho a competir por el poder, a establecer reglas, o de plano a opinar. Los demás no merecen espacio alguno. Se les agrede verbalmente todos los días, son atacados en sus oficios y empleos, se les quiere aplastar.
Eso, decíamos, en una sociedad diversa es imposible. Si no se permite un espacio pacífico para la discrepancia, para la oposición, se corre el riesgo de perder el respaldo de la ciudadanía, y no de buena manera. Se atribuye a Jesús Reyes Heroles la frase “lo que resiste, apoya”, precisamente en esa lógica: la oposición franca y abierta permite la discusión pública, el desfogue de presiones, y una mejor gobernabilidad.
El intento hegemónico que hoy presenciamos, abrupto y brutal, arriesga perder demasiado rápido el respaldo de la población. Trabajadores, estudiantes, informales, todo tipo de grupos reciben golpes a diario, y quienes los causan son pocos, agresivos, con poder derivado y etéreo. Buena parte de ese poder proviene de las instituciones que ellos mismos están dinamitando.
Si bien abundan las señales de que han acumulado todo el poder en sus manos, cuando uno analiza con más detalle, se da cuenta de que en realidad están destruyendo las mismas fuentes de ese poder. Sus triunfos legales, mas no legítimos, dejan de tener sentido cuando la legalidad misma desaparece, como ellos pretenden. Y sin eso, ¿qué les queda?
Harían bien en detenerse un poco y pensar.