En 1986, después de tres años de intentar salvar la crisis provocada por la “docena trágica”, no le quedó a México más remedio que abrirse al resto del mundo. Al inicio de ese año se desplomó el precio del petróleo, que entonces representaba casi lo único que exportábamos. No alcanzaría el presupuesto del gobierno, ni habría dólares suficientes, de forma que se optó por entrar al GATT y, simultáneamente, dejar crecer los precios internos. Dos años después, a fines de 1987, se enfrentaría la inflación seriamente.
Ése es el momento en que México cambió su orientación económica. Desde entonces, el mercado externo empezó a ser más relevante que el interno, de forma que quienes le vendían a este último empezaron a sufrir, mientras que aparecían empresas dirigidas por completo a la exportación. Los estados orientados al mercado interno (Ciudad de México, Jalisco, Veracruz, Sinaloa, etc.) fueron perdiendo terreno mientras que aquellos que se integraban al mercado mundial (Nuevo León, Guanajuato, Querétaro, etc.) crecían como nunca antes. Generalizando un poco, acostumbro utilizar el paralelo 20 (que pasa al norte de la Ciudad de México y al sur de Yucatán), como la línea divisoria entre los dos grupos de estados. Es más claro si se usa el territorio de Mesoamérica, pero eso produce urticaria a muchos.
En ese mismo 1986 ocurre la gran ruptura interna del PRI, en parte debido a ese cambio de dirección nacional, en parte por la simple disputa por el poder. Los desplazados fundan un nuevo partido, el PRD, que no por coincidencia se instala en los estados que van a la baja. Su discurso se centra en el reclamo a ese cambio de dirección, que llaman “neoliberalismo”. Al norte del paralelo 20, la oposición será el PAN, que llega a ganar casi todas las entidades, pero en pocas logra consolidarse.
El regreso del PRI a la presidencia en 2012, que permitió impulsar las reformas faltantes para realmente liberar la economía e integrar a México al mundo, provocó una nueva ruptura en ese partido, más soterrada. En alianza con los damnificados de las reformas (empresarios compadres, líderes sindicales, universidades), estos nuevos desplazados se sumaron a la causa de los originales bajo un paraguas llamado Morena.
Ganaron en 2018, y se dedicaron a destruir lo hecho desde 1986. Simbólicamente, cancelar el aeropuerto era retirar a México del mundo. Se revirtió la reforma educativa, la energética en los hechos, se destruyó la política social seria y se reemplazó con compra de votos, y el derrumbe económico apenas se compensó en unas pocas entidades. Adivinó usted, aquellas que sufrían desde 1986: Oaxaca, Veracruz, Tabasco.
La elección del 2 de junio pasado se explica, al menos a la mitad, con el comportamiento económico. Sheinbaum arrasa en esas entidades que por más de treinta años no crecían, y ahora alcanzaron migajas. En la región exportadora, al norte del paralelo 20, su triunfo es raquítico, pero también ocurre, porque en todo el país tuvo efecto la “burbuja” de 2023, financiada con ese déficit fiscal que ahora sufrimos para controlar.
Con nostalgia (esa ilusión que nos oculta lo malo del pasado y resalta sólo lo bueno) la mitad del país sigue creyendo que hubo un pasado de gloria previo al neoliberalismo, ahora consolidado en el imaginario como PRIAN. No es ajena a ella la triste educación primaria que sufrimos desde Cárdenas. Esa nostalgia se afianzó con el reparto de dinero. La derrama de los elefantes blancos aportó el resto.
Los desplazados del PRI y los damnificados de las reformas, con votos, corrupción, chantaje, abuso, tienen ahora todo el poder. Como sus predecesores, llevarán a México a la ruina. Tal vez tengamos que celebrar ese lejano 1986, cuarenta años después, intentando una nueva reinvención de México.