Fuera de la Caja

Confusión, versión siglo XXI

Este gobierno ya se acabó. Fue un fracaso absoluto antes de que llegara la peor crisis en un siglo. Frente a ella, el derrumbe será total .

Una de las preguntas más frecuentes que recibo es si México está camino de convertirse en algo parecido a Venezuela. No es una pregunta extraña, si consideramos que el presidente López Obrador comparte algunas características con el extinto Hugo Chávez: apela al pueblo (ente indefinido), invoca la historia (la de primaria) y habla hasta por los codos. Su afirmación de que la pandemia y la depresión económica le cayó "como anillo al dedo" a su proyecto ha sido una señal de alarma: no es frecuente que un gobernante goce con el sufrimiento de sus gobernados.

Por si fuese poco, destacados miembros de su entorno son claramente bolivarianos: su esposa, Yeidckol, Héctor Díaz-Polanco, El Fisgón, Epigmenio, Pedro Miguel, Salmerón, entre otros. Cada vez que ellos hablan, la sombra de Chávez crece.

Sin embargo, hay también otros líderes políticos, muy diferentes, en este gobierno. No me refiero al gabinete, que en su mayoría no da el nivel siquiera de dirección general, sino a las figuras de relevancia, como Ricardo Monreal, Marcelo Ebrard, y un puñado más que sin duda gustan del poder, y por eso están ahí, pero no coinciden con las pesadillas del grupo anterior.

El domingo pasado, en su colaboración semanal, Luis Rubio también comentaba sus dudas acerca de la posibilidad de que el gobierno de López vaya camino de lo que se ha dado en llamar el "foro de Sao Paulo". Rubio percibe en López Obrador más un intento restaurador que revolucionario: regresar a los tiempos del presidente imperial, la soberanía energética, la rectoría del Estado y demás paparruchas.

Me parece que la dificultad de ubicar lo que ocurre proviene de dos fuentes. Primero, partiendo de la democracia (por muy imperfecta que ésta sea) los regímenes autoritarios parecen todos iguales; segundo, la confusión al interior del grupo en el poder impide saber en qué dirección se mueven, más allá de hacia un gobierno autoritario.

Soy más claro: coincido en que López Obrador busca la restauración del México que conoció en su juventud, hace medio siglo. Sin embargo, para alcanzar el poder tuvo que rodearse de muchos aliados, cuya única coincidencia era aprovechar la popularidad de López, para después torcer el rumbo a su favor. Pero ninguno de ellos (salvo las figuras de relevancia mencionadas) tienen idea alguna de cómo se gobierna. Pueden tener sueños de grandeza personal, creencias ideológicas muy profundas, o simple afán de enriquecimiento, pero no idea estratégica, capacidad de gestión, conocimiento administrativo, en fin, esos detallitos necesarios para gobernar.

Entonces tenemos hoy un merolico con homilías diarias, que insiste en recrear el México de los años setenta; un grupo enquistado en energía, dedicado a sus finanzas personales; otro grupo que controla la comunicación, intentando la enésima revolución socialista; una cantidad inmensa de floreros esencialmente interesados en sobrevivir, y un puñado de políticos profesionales tratando de mantener el barco a flote.

No sorprende que frente a este galimatías, muchas personas busquen claridad y, viendo al pastor y sus replicantes, se imaginen Venezuela. O si están concentrados en energía (y todos los que piensan un poco en la economía futura por obligación voltean a energía) se imaginen el retorno de Echeverría. Pero si se amplía la visión, para incluir los floreros, lo que angustia es el caos, las ocurrencias, el derrumbe que podemos atestiguar en todos los frentes.

Como comentamos aquí hace casi tres meses, este gobierno ya se acabó. Fue un fracaso absoluto antes de que llegara la peor crisis en un siglo. Frente a ella, el derrumbe será total. Cada grupo buscará salir lo mejor librado posible.

Para lo que sigue, hay poca esperanza, pero la hay.

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