Fuera de la Caja

Crítica y democracia

Debido a la debilidad institucional en nuestro país, la gran fuerza en manos de una sola persona pone en riesgo la democracia, escribe Macario Schettino.

Desde hace tiempo, mucho, los seguidores de López Obrador decidieron que todo aquel que crítica a su líder lo hace por odio. Como es natural en un movimiento populista, al dividir el mundo en buenos y malos, la crítica deja de existir. Hay sólo amor y odio, es decir, subordinación absoluta o maldad sin fin.

En las democracias, en cambio, la crítica es fundamental. Puesto que no existe nada que pueda ser deseado por toda la sociedad, la única solución que tenemos para elegir entre los diferentes caminos que ésta puede tomar es haciendo caso a las mayorías. Pero esto obliga, al mismo tiempo, a defender a las minorías, so pena de terminar en un totalitarismo. Dicho más claro: sin crítica, la mayoría abusará de las minorías, y se quedará con todo. En ese proceso, la democracia deja de existir.

La distribución de poder político que decidieron los mexicanos el 1 de julio ha dejado a la oposición política en los huesos. Aunque PRI y PAN gobiernan doce estados cada uno, apenas en un puñado de ellos el gobernador tiene algo de fuerza. Y aunque estos dos partidos, más los restos del PRD y el ascendente Movimiento Ciudadano, superan el 33 por ciento de las curules en ambas Cámaras, no les es fácil convertirse en un bloque estable.

Debido a la debilidad institucional en nuestro país, de la que hablamos muchas veces en los últimos años, esta gran fuerza en manos de una sola persona pone en riesgo la democracia. Más cuando lo hace con esa trayectoria populista que mencionamos al inicio. Que el mismo presidente desea seguir este camino lo muestran sus conferencias matutinas, en las que refuerza, día a día, esta división entre buenos y malos.

Si esta secuencia de ideas es correcta, entonces no debería haber duda de que avanzamos hacia el fin de la democracia en México. Por lo mismo, podemos entonces entender mejor las decisiones que está tomando el gobierno. Si usted no lo ha olvidado, los temas en la campaña electoral eran sólo dos: inseguridad y corrupción. Y a casi 75 días de esta administración, no ha ocurrido nada en estas dos áreas. En corrupción, lo único que hemos visto es el perdón anticipado al pasado, y la repetición de las mismas costumbres de entonces, desde ausencia de licitaciones, violación de la ley, declaraciones incompletas, etc.

En seguridad, más allá del sainete del huachicol, está sólo la insistencia en crear una Guardia Nacional, por encima de la Constitución. Mientras tanto, la violencia continúa la tendencia previa a este gobierno, incluyendo la muerte de periodistas, policías, funcionarios, y miles de personas más.

Sin embargo, mientras estos dos temas, que eran los determinantes de la elección, no han sido enfrentados, han abundado las decisiones en otras áreas en las que muy pocos pensaban cuando eligieron a este gobierno: creación de grupos clientelares, censos arbitrarios, despido cruel de miles de funcionarios, presión creciente a empresas y medios. El viernes decíamos que estas medidas, desde la perspectiva económica, son absurdas, pero que si se interpretan como un proceso de concentración de poder, las cosas cambian.

Bueno, debería estar totalmente claro: de eso se trata. Las medidas puestas en práctica en estos 75 días buscan consolidar ese poder absoluto que los mexicanos decidieron en las urnas, creyendo que votaban por otra cosa. La gran habilidad comunicacional de AMLO le permite continuar con este proceso sin menoscabo en su popularidad. El sistema clientelar lo fortalecerá aún más.

Después, cuando no alcance el dinero; cuando sea evidente el engaño; cuando despierten del sueño, ya será tarde. No lo creyeron antes de la elección, no lo creerán ahora. Pero es la función de la crítica, intentar darle unos minutos más a la democracia.

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