Fuera de la Caja

Es de verdad

Estados Unidos ha descendido varios escalones en las mediciones de democracia, y lo hará ahora en Estado de derecho.

En Estados Unidos, el juicio al presidente Trump ha iniciado en el Senado. El líder de la mayoría republicana en esa cámara ha impedido cualquier asomo de justo proceso, con el fin de evitar que se toque a Trump con el pétalo de una rosa, como antes se decía. No se aceptan testimonios, ni testigos, ni pruebas, se evita publicidad y se vota nominalmente. Cuenta además con la subordinación de los 53 senadores de su partido, que no han mostrado decencia alguna.

A los seguidores de Trump, tan fanáticos como los de cualquier político populista y demagogo de la nueva ola, todo esto les parece muy bien, porque están convencidos de que el desafuero y juicio son un golpe demócrata. No creyeron jamás que su líder es un embustero y corrupto, ni pueden creer ahora en las abundantes pruebas en su contra. Como Trump mismo dijo, durante la campaña que lo llevó al triunfo: "podría matar a alguien en la Quinta Avenida y salir tan campante". Pues sí.

Pero el que el juicio al presidente de Estados Unidos sea una farsa es algo realmente grave. En términos estrictos, se puede decir que no hay Estado de derecho a partir de este momento en Estados Unidos. Evidentemente, no es que se derrumbe todo el entramado judicial, pero sí ocurre que hay personas que no pueden ser juzgadas con las mismas leyes que los demás. No lo será Trump, ni tampoco todos los que él decida perdonar o indultar, como lo ha hecho ya con varios criminales que son socios suyos.

El costo de esta farsa puede ser muy elevado, en tanto que distintos grupos, especialmente seguidores de Trump, empiecen a torcer la ley exigiendo el mismo trato que su líder. Si usted duda que esto ocurra, basta recordar la manifestación pública en Virginia a inicios de semana, justo el día de Martin Luther King, que con la excusa de defender la segunda enmienda se convirtió en la exposición pública de todo tipo de armamento y de ideas racistas y anticientíficas.

Hemos comentado en muchas ocasiones cómo lo que hoy vivimos es un mundo totalmente diferente. Muchas personas no parecen comprender la magnitud de lo que eso significa. Estados Unidos ha descendido varios escalones en las mediciones de democracia, y lo hará ahora en Estado de derecho. El país que por más de dos siglos fue adalid de las libertades, donde se creó la presidencia, donde se inventó el federalismo moderno, y su reflejo en las leyes a través del Senado. Ese país es ahora terreno fértil del autoritarismo, cuna de la polarización y el enfrentamiento.

Ayer mismo, la Cámara de los Lores aprobó el Brexit, que debe ser también ratificado por la Unión Europea en estos días y ocurrirá a fin de mes. En España, el populismo chavista cogobierna y tiene la vicepresidencia. En Italia no hay gobierno, e incluso el populismo se desfonda. Francia no encuentra cómo terminar con las protestas. India, la mayor democracia del mundo, está inmersa en una polarización de índole religiosa y política que puede convertirse en un conflicto violento.

Y en ese entorno, hay quien cree que lo de México es algo aislado, que puede revertirse en las elecciones de 2021. No es así.

Las nuevas formas de comunicación, y las crisis económicas de 2008 a 2011 han transformado por completo el escenario global. En los diez años que han pasado, el mundo es irreconocible. Y la trayectoria no es simple, ni puede evitarse. Lo mejor que podemos hacer es desaprender lo más pronto posible, olvidar lo conocido, dejar atrás las certezas, y prepararnos para años verdaderamente complicados. Ahora sí que aquí, y en China.

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