Esta semana tuvimos una sorpresa con la inflación, que creció mucho, y un resultado esperado en la actividad económica, que se mantuvo estancada. La combinación no es agradable.
El crecimiento en la inflación ocurrió especialmente en la que se llama subyacente, que no considera precios muy volátiles, como frutas y verduras o combustibles, ni aquéllos que dependen de decisiones administrativas, como tarifas de gobierno. En consecuencia, refleja mejor lo que ocurre en el mercado, y por ello es preferible utilizarla como referencia, en lugar del índice completo. También éste subió mucho, pero es la subyacente la que preocupa. Superó el rango aceptable para el Banco de México, y por ello impedirá que se pueda reducir la tasa de referencia. Por cierto, antes de que la inflación se publicara, ya el mercado financiero descontaba estas presiones, y la tasa de interés interbancaria a seis meses empezaba a subir. No es, pues, un hecho aislado que pueda ignorarse: es un fenómeno duradero, producto de la reactivación económica global, y especialmente la de Estados Unidos, impulsada por un programa económico muy deficitario, que también allá está moviendo las tasas de largo plazo.
En lo relativo a la actividad económica, ya esperábamos que no hubiese mejora en enero con respecto a diciembre, como tampoco la hubo entre éste y noviembre. El nivel de la economía completa, según la mide el índice global de actividad económica, IGAE, es prácticamente idéntico en los tres meses, usando el dato desestacionalizado (quitando efectos de calendario y similares).
Lo interesante es que si este nivel en que se encuentra la economía se mantiene estable por el resto del año, sin crecimiento, al comparar con 2020, que tiene un boquete enorme en el segundo trimestre, el crecimiento promedio del año resulta de 3.7 por ciento. Dicho de otra forma: si no crecemos nada, crecemos 3.7 por ciento. Esta es la razón por la cual todos los analistas han modificado su estimación de crecimiento, porque el dato muerto da un piso al que hay que sumar, por ejemplo, los efectos que tendrá en México la recuperación estadounidense. Entre lo que exportamos y lo que envían los migrantes a sus familias, algo se consigue.
La estimación de los expertos está alrededor de 4.5 por ciento para este año. Suena espectacular, pero en realidad implica apenas 0.8 por ciento de crecimiento contra lo que tuvimos entre noviembre y enero. Si se cumple ese pronóstico, el nivel de la economía en 2021 será similar al que tuvimos en 2016.
Sin embargo, si la dinámica real de la economía es de 0.8 por ciento, entonces no hay forma de esperar un crecimiento de 3 por ciento para 2022, como muchos colegas suponen. La mayoría no hace estimaciones detalladas para plazos mayores a un año, y se recargan en el comportamiento promedio de años pasados, que se asume como una especie de crecimiento potencial. Entre 2000 y 2018 fue de 2 por ciento, y es la referencia que utilizan. Como movieron el crecimiento de 2021, también lo hacen con 2022. Pero eso supondría tener un gobierno normal, como los que tuvimos en esos 18 años. El actual no lo es. El enfrentamiento continuo con inversionistas ha dado como resultado una caída en la inversión realmente importante, como ya hemos comentado. No creo que eso vaya a cambiar, incluso si las leyes contra los mercados energéticos nunca entran en vigor. La pura intención ya ha ahuyentado a cualquier inversionista potencial.
Así pues, lo que tenemos es una economía con un crecimiento esperado inferior a 1 por ciento y una inflación superior a 4 por ciento. En los años 70 esto se llamó 'estanflación', estancamiento con inflación. Ahora es el escenario por lo que resta de esta administración, en el mejor de los casos. Puede ser bastante peor, si la necedad se mantiene.
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