Fuera de la Caja

Esto avanza

El mal comportamiento, corrupción o delincuencia de Medina Mora no reduce la actuación ilegal del Poder Ejecutivo para destituir a un ministro.

Como es sabido, Eduardo Medina Mora renunció a su cargo de ministro de la Suprema Corte de Justicia, que debía ocupar diez años más. Apeló en su carta a la única razón posible de renuncia: causa grave, que no especificó, ni lo ha hecho todavía. El Presidente la aceptó de inmediato y la envió al Senado para su trámite.

Sin conocer las causas graves, los rumores se centraron en las acusaciones de movimientos inusuales en cuentas del ministro, en México y el extranjero, que incluso han ameritado reportes internacionales por sospecha. Entre otros, Salvador García Soto comentaba que habían amenazado a Medina Mora no sólo con cárcel para él, sino para sus familiares. El día de ayer, Mario Maldonado publicó en El Universal una narración de lo ocurrido alrededor de la renuncia, que parece muy serio. Horas antes de que Medina Mora enviara su carta, la Unidad de Inteligencia Financiera que preside Santiago Nieto había solicitado el bloqueo de cuentas de 11 personas (físicas y morales) entre las que se encontraban dos hermanos del ministro. Después de que la renuncia fue aprobada por el Senado, la misma UIF solicitó el desbloqueo de las cuentas.

Si esta narración es correcta, entonces hubo un chantaje del gobierno para presionar por la renuncia de Medina Mora, ministro de la Suprema Corte de Justicia. Indudablemente, ese chantaje funcionó porque el presionado tenía cuentas pendientes. Sin embargo, el mal comportamiento, corrupción, o delincuencia del ministro no reduce la actuación ilegal del Poder Ejecutivo para destituir a un ministro, y poder nombrar otro más obsecuente.

Al respecto, ha sido muy evidente la actitud del presidente de la Corte, Arturo Zaldívar. Famoso por sus decisiones 'creativas' y sus posturas progresistas, es usuario de Twitter, donde ha cometido varios errores serios, que obviamente no reconoce como tales. Ignoro si exista algún otro presidente de Suprema Corte en el mundo que esté en redes sociales, pero no parece ser una idea inteligente. Ha insistido en la confluencia de visión del mundo con el presidente López Obrador, y promovido la frase de Leonard Cohen que insiste en que uno sabe si está en el lado correcto con sólo ver a los que están del otro lado.

Si esto no fuese suficiente para olvidarnos de la independencia de la Corte, el día de ayer, en su papel de jefe del Consejo de la Judicatura, Zaldívar removió al magistrado Jorge Arturo Camero, argumentando manejos extraños en sus cuentas financieras. Camero fue el juez que aprobó los amparos promovidos por #NoMásDerroches en contra de la construcción del aeropuerto de Santa Lucía. Construcción cuya información, por otra parte, se ha reservado por cinco años.

Las formas también están claras. Acusan a cualquiera de corrupción. Si tienen evidencias, las usan para chantajear, y si no, basta con el escarnio público. Se agrupan por la coincidencia en su visión del mundo, más allá de los límites racionales de la vida pública o de los lineamientos legales. Facilitan con ello la concentración de poder en una sola persona, y destruyen el débil tramado institucional que habíamos elaborado por 25 años.

No es la primera vez que esto ocurre, en México o el mundo. En todos los casos, quienes participan de este proceso de destrucción acaban siendo arrastrados por el torrente que propiciaron. El núcleo concentrador del poder se va haciendo cada vez menos tolerante y más paranoico, los grupos se destruyen buscando su cercanía, y al no contar con reglas, la sucesión se hace imposible.

Desapareció la división de poderes. La administración pública está inutilizada. El fin de semana pasado ha sido el más violento registrado. Faltan veinte días para recordar el inicio de la dilapidación de los activos nacionales. Esto avanza.

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