Fuera de la Caja

Etiquetas

Para los latinoamericanos de izquierda, basta con saber de qué lado está Estados Unidos para saber qué debe ser descalificado y, en consecuencia, qué debe ser aplaudido.

Como usted sabe, pensar ordenadamente es algo muy complicado. Se requiere esfuerzo, tiempo, recursos, y por eso lo hacemos muy poco. Lo normal es que decidamos con base en emociones, y no pensando. La explicación más amplia de esto la ha hecho Daniel Kahneman en su libro Pensar rápido, pensar despacio. Pensar rápido, en realidad, no es propiamente pensar (en el sentido que tradicionalmente damos a esta palabra). Es tomar decisiones con base en cómo nos sentimos.

Otros estudios afirman que en realidad rara vez pensamos racionalmente. Hugo Mercier y Dan Sperber, en El enigma de la razón, sostienen que lo que llamamos racionalidad es en realidad la construcción de razones para defender nuestras decisiones. No para tomar las decisiones, sino para defenderlas. Argumentan que así fue como desarrollamos simultáneamente nuestra habilidad de hablar y de "pensar". Adicionalmente, explican cómo es que somos muy tolerantes con nuestros argumentos (por más malos que sean), mientras que somos muy críticos de lo que los demás afirman. El sesgo de confirmación (nos gusta quien opina como nosotros, seleccionamos la información que confirma lo que ya creíamos), es una muestra de ese doble rasero.

Le comento esto, aunque ya habíamos reseñado ambos libros en esta columna, porque me parece que es hoy de gran importancia. Aunque la dificultad de pensar ordenadamente está siempre presente, hay momentos en que su impacto es mayor. Esos momentos ocurren cuando nuestro modelo de la realidad deja de tener sentido. Esta discrepancia entre lo que creemos y lo que vemos nos pone nerviosos, nos angustia, y nos hace tomar decisiones erradas, que intentamos defender con base en lo que creíamos, ampliando la disonancia.

Una de las estrategias que utilizamos para no pensar es el uso de etiquetas. Describimos fenómenos complejos con una palabra, que utilizamos para evitarnos esa complejidad. Las etiquetas, además, se cargan de sentido emocional. Así, en occidente se ha construido una dicotomía izquierda-derecha que no tiene hoy ningún sentido, pero que se sigue utilizando para describir la realidad. Viene cargada de emociones, que se refuerzan cuando se le ponen apellidos: izquierda social, derecha golpista; izquierda revolucionaria, derecha fascista.

En aquellos países que no han sido gobernados por el "socialismo real", la etiqueta de izquierda está asociada a buenos sentimientos, al contrario de la derecha. En realidad, hay un amplio muestrario de los daños que han producido a su población gobiernos de ambas ideologías. Si uno quisiera medir en sufrimiento los resultados, a pesar de la trágica historia de la derecha en el poder, la evidencia indica que la izquierda ha sido muchas veces más dañina: Stalin, Mao, Pol Pot, Fidel, etc.

Sin embargo, insisto, las naciones que no han vivido bajo el yugo socialista están llenas de personas que han aprendido las etiquetas, y la carga moral adjunta, sin pensar jamás. Y las siguen utilizando. Así, frente a lo que ocurre en otras partes del mundo, de las que no tienen idea alguna, su juicio se construye con base en esa simplificación. Para los latinoamericanos de izquierda, basta con saber de qué lado está Estados Unidos para saber qué debe ser descalificado y, en consecuencia, qué debe ser aplaudido. No hay que pensar, hay que opinar y actuar.

La carga emocional de las etiquetas es de tal fuerza que hace imposible a millones de personas ver la destrucción que han sufrido Cuba, Nicaragua y Venezuela, porque hacerlo implicaría reconocer que su dicotomía no tiene sentido, y tendrían que pensar. Es decir, tendrían que revisar todo su modelo de la realidad, aceptar que han defendido criminales, y reconocer que las sociedades viven mejor bajo opciones políticas diferentes a la que han apoyado y siguen apoyando.

Recuerde: la verdad nos hará libres, pero no felices.

COLUMNAS ANTERIORES

Marcha de la locura
Décadas

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.