Fuera de la Caja

Gobierno y régimen

López Obrador está haciendo la mitad de lo que prometió; está desmantelando el viejo régimen, pero no ha logrado construir nada, escribe Macario Schettino.

Creo que buena parte de la confusión que hay hoy en México proviene de una mala interpretación de lo que López Obrador ofrecía rumbo a la presidencia. Desde siempre, anunció que él no buscaba simplemente ganar, sino construir un nuevo régimen. Concretamente, fue muy claro siempre en que lo que se había hecho desde mediados de los ochenta traicionaba la naturaleza del país, que él asocia al México que conoció de joven, es decir, a inicios de los setenta: un Estado autoritario, una sociedad sojuzgada y tradicional, una economía controlada por el gobierno en la que sólo florecían los amigos del mismo. No lo dijo así nunca, pero eso es lo que fue México en los años setenta.

La mitad de los votantes de AMLO en 2018 seguramente coinciden con él en esa interpretación, porque esos 15 o 16 millones de votos los obtuvo en todas sus campañas presidenciales. La otra mitad, sin embargo, debe haber creído que se trataba de una elección común y corriente, en la que un nuevo partido se haría cargo de la administración, así como alternaron PRI y PAN. Esos 15 millones de votantes estaban hartos del PRI, y no quisieron al PAN, sea porque en los dos gobiernos que tuvo no hizo lo suficiente, porque el candidato no los convencía, o porque los ataques de Peña Nieto los decidieron por López Obrador.

Si esos 15 millones de mexicanos no habían comprendido la propuesta de López Obrador, que llevaba dos décadas en campaña, es lógico que al día de hoy no modifiquen su opinión acerca de él, en unos pocos meses. Su contacto con la política es menor, y los atrae el estilo del presidente: simple.

Sin embargo, López Obrador está haciendo lo que prometió. O, mejor dicho, la mitad de lo que prometió. Está desmantelando el viejo régimen, pero no ha logrado construir nada. Si hay una palabra que pueda definir lo que ha significado este gobierno, es: destrucción. Al costo que sea, destruye lo que teníamos: aeropuerto, reforma educativa, reforma energética, seguro popular, capacidad de gobierno.

Pero no ha podido construir nada. No puede, primero, porque no cuenta con las correas de transmisión indispensables, como comentamos hace una semana. Ni sus bancadas en Senadores o Diputados son coherentes, ni los miembros de su gabinete son competentes. Adicionalmente, puesto que despidieron (de forma cruel, en muchos casos) a los mandos medios, todo el capital humano se perdió. Los recién llegados no conocen los temas, no saben las reglas, no tienen las capacidades, y el gobierno simplemente no se mueve.

Esto no es como en un cambio de gobierno normal, porque en esos casos no se despide de esa manera a tanta gente, ni se destruye como se ha hecho ahora. Puesto que no han podido construir, pero sí han logrado destruir, lo que tenemos hoy es un páramo.

Para la mayoría de los mexicanos, esto no se percibe. Puesto que el gobierno federal no tiene un contacto directo con la población, su ausencia no se ha notado. Tal vez el único caso fue el desabasto de gasolina, que López Obrador logró enmascarar con lo del huachicol. No sé si pueda repetir la hazaña, ni cuántas veces lo logre.

Pero hay una segunda razón por la que no pueden construir lo que querían, y es porque ha pasado medio siglo de su referencia. Hoy México es un actor global, con un poco de Estado de derecho, vigilado por los mercados, que depende de exportaciones de autos, y no un lugar extraño controlado por un megalómano, con economía cerrada y agua de Jamaica, como lo fue con Echeverría.

Destruir es fácil, y lo están logrando. Construir es difícil, pero en este caso, será imposible. ¿Qué pasará cuando se den cuenta? ¿Cuándo se darán cuenta?

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