El día de ayer, seis ministros nos informaron con toda atingencia que están para servir al Presidente, y no a la ley, la Constitución, o la sociedad. Con eso, se cierra cualquier duda respecto al futuro del país. Será el país de un solo hombre, al menos de aquí a la elección de 2021, y posiblemente también después. Al aceptar la inclusión de una consulta popular durante la elección intermedia, así sea con la absurda pregunta que finalmente propusieron, lo que han hecho es autorizar la intervención del Presidente en la campaña electoral.
Aunque durante décadas el señor López se quejó del poder presidencial, y de intervenciones imaginarias en los comicios, ahora él mismo decide hacerlo, y no de forma marginal o tangencial, sino de plano. Como hemos comentado en otras ocasiones, ha acumulado todo el poder posible en su persona, y para ello ha destruido las instituciones democráticas que, con muchas dificultades, construimos en los últimos 25 años.
Ha podido hacerlo porque no tiene respeto alguno por el espíritu de la ley, y se ha encontrado un páramo enfrente. Tiene mayoría calificada en la Cámara de Diputados gracias al abuso de los preceptos legales que le permitieron, con 44 por ciento del voto, contar con 62 por ciento de las curules. Ha aprovechado la lenidad del presidente de la Corte para imponer decisiones que debían haber sido ya evaluadas y corregidas por ese tribunal (léase Nexos de agosto, para una lista de los pendientes). Ha aplicado todo tipo de herramientas para descarrilar organismos autónomos, perseguir ministros o comisionados, descalificar críticos, y al final subordinar al resto.
Lograr eso ha requerido del apoyo de muchos mexicanos: los que aprovecharon sus tribunas para convencer al pueblo de que votaban por un iluminado, un salvador; los que rápidamente se sumaron para mantener sus negocios; los que han sabido inclinarse para no perder sus puestos; los que viven de la política…
Ayer cerraba mi colaboración afirmando que las finanzas públicas de este año servirían a los historiadores para explicar un punto de inflexión. Habrá quien lo asocie entonces a la pandemia, al derrumbe moral de la Corte, o a esas decisiones absurdas de política económica que hemos analizado. Como tantas otras cosas, habrá polémica en las causas del derrumbe de México en 2020. No puedo saber si la evaluación histórica, decía ayer, será acerca de una triste época económica (como la que siguió a Echeverría) o si, como ahora vemos el siglo XIX, acerca de la mutilación nacional.
En esto, serán también instrumentales otros muchos mexicanos, que no son capaces de enfrentar al poderoso. Porque si algo caracteriza al país, es precisamente esa falta de carácter que ha permitido que unos pocos hayan controlado lo que ocurre desde hace dos siglos. No está de más recordar la inmensa popularidad de López de Santa Anna, que por eso regresaba a la presidencia a cada rato. Tampoco hay que olvidar que Juárez y Díaz, que gobernaron medio siglo entre los dos, gozaban las genuflexiones que recibían. Y tal vez del siglo XX sí se acuerde usted, lector, en el que nadie osaba criticar con el pétalo de una rosa al presidente, desde su designación como candidato hasta el siguiente dedazo.
Tuvimos 25 años de experimento democrático en México, de los 199 que van desde la consumación de la Independencia. Nos tocó vivirlos, y nos tocará añorarlos. Se puede vivir en un régimen autoritario, México lo ha hecho la mayor parte de su historia. Se puede aspirar también a vivir en libertad, algunos nos ilusionamos con ello. Tal vez valga la pena parafrasear a Churchill: "Nunca tantos perdieron tanto a manos de tan pocos".