Como ocurre con muchas disciplinas, la economía tiene algunas ideas básicas que deben ser comprendidas. Además de ellas, hay muchos asuntos técnicos, y dominarla exige tiempo y esfuerzo, como es normal. Sin embargo, esas ideas son muy importantes, y todos deberíamos conocerlas. Más quienes tienen alguna responsabilidad pública.
Entre ellas está el costo de decidir, más conocido como costo de oportunidad. También, cómo cambia el valor del dinero en el tiempo, y cómo buscar más rendimiento implica aceptar más riesgo. Le podemos agregar la lección de economía de Hazlitt: todo tiene consecuencias. Sin embargo, quisiera concentrarme hoy en otra idea, igual de importante, que no todo mundo conoce, o no ha reflexionado sobre ella.
La riqueza se produce en el intercambio y no en la producción. El poder de este concepto está, en parte, en que va contra la intuición. Casi todo mundo supone que la riqueza se genera cuando se produce. Es más, durante el siglo XIX, partiendo de que la producción era lo más importante, se desarrolló la teoría del valor-trabajo, que sostiene que, en el fondo, el trabajo de las personas es el que da valor a las cosas. Como decíamos, suena intuitivo… pero es equivocado.
La verdad, no importa cuánto trabaje usted en producir algo, si nadie lo quiere comprar. Y las personas compran sin importarles cuánto trabajo se utilizó en la producción. De hecho, la teoría del valor-trabajo por eso no tuvo utilidad: no había manera de relacionar el trabajo invertido en la producción con el precio al que se vendían las cosas.
El valor de cada bien o servicio resulta del intercambio. Si no hay nadie que limite las decisiones de compradores y vendedores, estos sólo realizarán el intercambio si les conviene. Esto significa que el comprador paga menos dinero de lo que para él o ella vale lo que está comprando. Y el vendedor vende sólo cuando le pagan más dinero de lo que para él o ella vale su producto. Los dos ganan: uno recibe un producto que vale más que el dinero que pagó, mientras la otra recibe más dinero de lo que el producto valía para ella. Es la diferencia de intereses, gustos, preferencias, habilidades, lo que genera ese valor. Y ese valor es exactamente la riqueza que produce la sociedad.
Cuando se entiende esto, queda absolutamente claro que para la gran mayoría de los bienes y servicios, lo mejor es que la sociedad garantice que compradores y vendedores puedan intercambiar en libertad. De aquí no se deduce que el gobierno no deba existir, o que no deba regular los mercados, sino que el gobierno y su regulación deben incrementar, en todo lo posible, la libertad y conveniencia de vendedores y compradores.
Existen ciertos bienes y servicios para los que este intercambio no es la mejor solución, pero mañana le platico de ellos. Lo que quiero enfatizar es que si el intercambio es el que produce riqueza, cuando éste se reduce, o desaparece, lo que queda es pobreza, miseria.
Dos ejemplos: uno es la imposición de aranceles entre países. Hace unos días, Estados Unidos impuso un arancel a los jitomates mexicanos. Con esto, los compradores estadounidenses pagarán más y consumirán menos: habrán perdido. Pero también los vendedores mexicanos. La intervención del gobierno produce pobreza.
El otro es la idea de regalar dinero desde el gobierno. Becas, subsidios, transferencias, implican destruir el intercambio: se dan a cambio de nada, o peor, como veremos mañana, a cambio de votos. El uso de recursos públicos para apoyar a grupos desfavorecidos, que no tienen alternativa, tiene mucha defensa. Pero cuando esto se extiende, sustituye al intercambio libre, y al hacerlo, destruye riqueza.