Fuera de la Caja

Lo que no va a cambiar

Si usted esperaba que los problemas políticos se resolvieran gracias a la pandemia, a cambio del distanciamiento social, creo que no será así.

Muchas personas creen que la pandemia transformará al mundo. Aunque no hay duda de que tendrá un impacto muy importante en el corto plazo, no estoy seguro de que modifique la trayectoria que traíamos. No parece haber sido así en otras ocasiones.

Recordamos grandes plagas del pasado, porque las más frecuentes ni siquiera parecen haberse registrado. La de los Antoninos, en el segundo siglo de esta era, o la de Justiniano, en el sexto, o la peste negra, a mediados del siglo catorce, se llevaron cada una de ellas a cerca de la mitad de la población. Frente a eso, no parece raro que no hayan notado otros eventos en los que moría apenas la décima parte. Bueno, pues ésa es la mortalidad de la influenza en el siglo XX, o del coronavirus hoy en día.

Ninguna de esas grandes plagas modificó el proceso que se vivía. El Imperio romano siguió otros dos siglos más, o el romano de oriente, otros diez. La misma peste negra, que sí alteró la relación entre el precio del trabajo y la tierra, no cambió ni las formas de gobierno ni la interpretación del mundo. La gran desgracia bacteriológica que significó el 'descubrimiento de América' tal vez aceleró el control europeo, pero no más que eso. La influenza 'española' es menor, comparada con el impacto de la Gran Guerra que la precedió.

Como usted posiblemente sabe, esta columna afirma que los grandes cambios en nuestra forma de vida resultan de dos fuentes: transformaciones climáticas severas (hasta antes del siglo XVI) o en la tecnología de comunicación (desde entonces). La razón es que esas dos alteraciones tienen la capacidad de enviar a la sociedad entera al espacio de las emociones, alejándola del uso de la razón. Y es precisamente el modo emocional el que nos hace creer que somos capaces de construir grandes comunidades, alrededor de la religión, el Estado, la naturaleza, la identidad, o lo que sea.

Esos intentos comunitaristas terminan siempre en lo mismo: pobreza, violencia y autoritarismo. No puede ser de otra manera, porque al suplantar el intercambio con relaciones de comunidad, desaparece la producción de riqueza; y al empobrecer la sociedad, no hay otro camino que el autoritarismo.

La última vez que nos ocurrió eso fue alrededor de la Gran Guerra, y la influenza tal vez ayudó a acelerar el proceso, pero no lo alteró. A pesar de la terrible mortandad (5 por ciento de la población mundial), los intentos de construir comunidades alrededor del Estado (fascismo, nacionalismo, comunismo) continuaron. El empobrecimiento se hizo evidente con el menor comercio internacional, luego la depresión, y finalmente la Segunda Guerra Mundial.

Por eso creo que lo que hoy vivimos, con todas las complicaciones que implica, no modificará el proceso que inició con la Gran Recesión de 2008-2011, se acompañó de una caída en el comercio internacional, el ascenso de gobiernos populistas, y la creciente voluntad de construir comunidades identitarias (alrededor de características de nacimiento: color de piel, género, preferencias, etcétera).

Es decir que lo que me parecería lógico es que las grandes dificultades de 2020 fortalezcan a los gobiernos populistas, incrementen el conflicto con otras formas de gobierno (autoritarismo chino o ruso, democracia liberal alemana, etcétera) y provoquen mayores tensiones entre grupos identitarios. No hago una profecía, sino una predicción teórica, que la realidad pondrá a prueba, como dice Peter Turchin.

Si usted esperaba que los problemas políticos se resolvieran gracias a la pandemia, a cambio del distanciamiento social, creo que no será así. Habrá sin duda una mayor presión económica, y tal vez algunos de esos problemas se conviertan en estallidos violentos. Pero el virus no nos va a salvar de una década sumamente difícil.

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