Fuera de la Caja

No tan sanos

La intención de sacrificar buena parte del gasto público para incrementar transferencias y subsidios no es una medida de disciplina ni augura sanidad en las finanzas públicas.

Para Héctor de Mauleón .

Una de las razones por las que no hay tanta preocupación con el actual gobierno es la disciplina fiscal. Para este año se ha propuesto un superávit primario, nada despreciable, y se ven medidas para cumplirlo. Además, como la prensa extranjera lo repite, López Obrador fue un jefe de Gobierno en la Ciudad de México muy responsable en la cuestión fiscal.

Sin embargo, la evidencia no confirma esa creencia. La intención de sacrificar buena parte del gasto público para incrementar transferencias y subsidios, no es una medida de disciplina ni augura sanidad en las finanzas públicas. Peor aún, si se revisa con cuidado lo que ha ocurrido con las finanzas públicas en la Ciudad de México, no hay razón para tener esperanza.

Cuando Cuauhtémoc Cárdenas gobernó la ciudad, entre 1997 y 2000, la proporción del gasto del gobierno destinado a la operación (servicios personales, materiales y suministros, servicios generales) ascendía a 34 por ciento del total. Una cantidad un poco menor se iba a las delegaciones (29 por ciento) y 20 por ciento se dedicaba a transferencias.

En el gobierno de AMLO (2000-2006), las transferencias crecieron, para cerrar en 27 por ciento del total, y lo mismo ocurrió con las delegaciones, en éstas por el cambio jurídico ocurrido a inicios de esa administración. Subieron a 30 por ciento, y de ahí a casi 40 por ciento. El ajuste se lo llevó el gasto operativo, que cayó a 28 por ciento, y la inversión, que se redujo a la mitad, comparando con el trienio de Cárdenas, ya muy reducida entonces.

Los gobiernos que siguieron, Ebrard y Mancera, mantuvieron la tendencia, de forma que al cierre de este último, el gasto operativo era de 25 por ciento del total, 33 por ciento se iba a delegaciones y 28 por ciento a transferencias. El efecto neto, 1999-2017: operación perdió diez puntos, que se fueron a transferencias.

El resultado es visible. Basta recorrer la Ciudad de México, capital de la República, para evaluar la política pública: pocas ciudades grandes del país tienen pavimento o mobiliario urbano en peores condiciones. Si decide utilizar el Metro, la evidencia será aún más contundente: se derrumban las estaciones, fallan las instalaciones, los carros son una tragedia. En unas semanas más, cuando empiecen las lluvias, volveremos a escuchar que las inundaciones son producto de 'lluvias atípicas' y no de problemas serios con el drenaje. En pocas palabras, la ciudad se derrumba, pero las transferencias siguen. Y funcionan, no cabe duda, el PRD-Morena gana en todas las elecciones.

La decadencia de la ciudad parece ser un buen ejemplo de lo que espera al país entero. Y es que el dinero, como sabe usted, no se da en árboles. Si quiere uno repartir a jóvenes, viejos, mujeres, pequeños productores y demás, tiene uno que gastar menos en otras cosas. Puesto que la inversión pública ya era miserable desde el sexenio pasado, no hay mucho que recortar ahí, y menos con los sueños guajiros del tren maya, la refinería y el aeropuerto con cerro. Sólo queda reducir el gasto operativo (es decir, correr personal calificado, comprar menos, reducir trámites y servicios). Si lo que desaparece son guarderías, centros de atención, programas sociales, servicios de promoción internacional, es lo de menos.

Aunque hasta hoy las cifras de finanzas públicas cuadren, el daño a futuro no es menor. La capacidad del Estado se reduce, las presiones para mantener las transferencias crecen y el déficit irá apareciendo paulatinamente. Cuando eso ocurra, no habrá manera de corregir, porque no hay nada más permanente que un programa temporal de gobierno. ¿O alguien va a poder cancelar las becas, subsidios y transferencias dentro de tres, seis, doce años?

Por eso mi insistencia en que lo que estamos viendo tendrá efectos por décadas. Aunque, claro, mientras más dure la locura, más tardará el viaje de retorno.

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