El Tribunal Electoral (TEPJF) decidió otorgar el registro como partidos políticos a: la agrupación religiosa (evangelista) conocida como PES, a la exlíder del magisterio Elba Esther Gordillo (y no a su partido original, el Panal), y al líder de burócratas, Pedro Haces. Rechazó al resto de partidos, incluyendo a México Libre, promovido por Margarita Zavala y Felipe Calderón.
La excusa para no dar registro a esta última agrupación es que 6 por ciento de los ingresos que reportó durante este proceso ocurrieron a través de tarjeta de crédito, y el INE había rechazado aceptar ese procedimiento. Aunque esas transferencias ocurren dentro del sistema financiero, y por lo tanto son legales y rastreables, el INE no quiso hacer una chamba adicional preguntando al banco, y prefirió descalificar un esfuerzo ciudadano. El Tribunal respaldó al INE. Al mismo tiempo, aceptó partidos con más de 20 por ciento de sus ingresos ocurridos de forma dudosa, y por fuera del sistema financiero. En otras palabras, el Tribunal torció la ley para quedar bien con el Presidente.
Lo mismo habían hecho, hace una semana, seis de los 11 ministros de la Suprema Corte de Justicia, con lo cual podemos estar absolutamente seguros de que el intento de construir un país con Estado de derecho, a lo que dedicamos los últimos 25 años (desde la reforma de Zedillo a la Corte de diciembre de 1994), ha fracasado. No tenga usted ya reparo alguno: hemos regresado a ser un país autoritario, donde la ley no tiene forma de detener al poder.
No quiero decir con esto que el rechazo a México Libre sea el problema, nada de eso. El problema es ajustar la ley a lo que quiere el Presidente: dejas fuera un partido, aceptas otros tres, cuando todos tenían las mismas razones para estar o no estar. La interpretación de la ley con base en las preferencias presidenciales es el problema, no quién tiene o no partido político.
López Obrador continúa su obra: destruir. No tiene otra capacidad, de forma que en ésta se regodea. Ya acabó con la administración pública, ahora repleta de cobardes e incapaces; ya terminó con el equilibrio de poderes, ahora genuflexos; ya terminó con el sistema de partidos, porque no sólo está decidiendo cuáles reciben registro y cuáles no, sino que al interior del suyo propio ha generado una crisis con el único fin de ser sólo él quien manda.
Cualquier político tradicional habría dedicado la mitad de su tiempo a fortalecer su partido político, prepararlo para la elección intermedia, y tener dos pies bien puestos: en un gobierno capaz y en un partido competitivo, que pudiese impulsar su propuesta política. Eso es lo normal.
Pero López hizo lo contrario: destruyó ambos pies. Ya no tiene un gobierno que funcione, porque él lo destruyó, ni tiene un partido político competitivo, porque no le ha permitido estructurarse. Creo que la razón es exactamente la misma: no quiere a nadie más decidiendo, por ínfima que sea la decisión. Quiere concentrar él absolutamente todo, desde si hay o no fideicomisos hasta quién va a ser candidato en el distrito VI de Veracruz, o el IV de Tabasco. Todo él.
Para quienes quieren saber qué pasa en México, la respuesta es simple: es el país de un solo hombre. Un hombre rencoroso, incapaz, de ocurrencias, pero eso es lo de menos. Lo que importa es que no tenemos ya prácticamente instituciones que puedan resolver conflictos. Y esto significa que todo conflicto que inicie continuará su evolución sin obstáculo.
Todos los regímenes de un solo hombre terminan pronto, porque la vida humana es finita y breve. Lo que sigue al caudillo nunca es agradable.