Como se sabe, la decisión acerca del nuevo aeropuerto (NAIM) se tomará mediante una consulta popular, que posiblemente sea una encuesta. Con este procedimiento, López Obrador logra salir del laberinto que él mismo construyó durante la campaña, en la que ofreció al menos cuatro opciones distintas: cancelar el NAIM, dejarlo pero revisar contratos, ponerlo a votación, o concesionarlo.
Me parece que el caso del aeropuerto ilustra muy bien el proceso en el que está López Obrador, que consta de tres dinámicas diferentes. La primera, dar la impresión que cumple lo prometido; en segundo lugar, concentrar la mayor cantidad de poder posible en su persona; y la tercera, encontrar políticas públicas lo menos dañinas posibles.
Creo que si utilizamos estas tres dinámicas para entender sus decisiones, todo es más claro. Sus más fervientes seguidores quieren interpretar sus decisiones en términos de lo que ofreció en campaña, y como es una campaña de dos décadas, a veces se puede y a veces no. Sus críticos más denodados descalifican las políticas públicas que él ofrece, porque siempre quieren verlas bajo una lógica populista. Y ambas facciones acaban en un diálogo de sordos: unos enfatizando la congruencia del líder, otros su demagogia.
López Obrador es un político mexicano que fijó su interpretación del mundo en los años setenta, cuando conoció la capital y la universidad. Todo indica que sigue pensando de la misma manera, y por eso muchas de sus ideas son anacrónicas, como comentamos los últimos días. Sin embargo, debe quedar claro que esas ideas están subordinadas a un interés fundamental: la concentración de poder. Originalmente, López Obrador esperaba dedicar tres años a construir una mayoría legislativa en la elección intermedia, para entonces actuar a fondo. Para sorpresa suya (y de muchos más), no hubo necesidad de ello. Creo que eso alteró en mucho sus planes, y por eso hay una sensación de improvisación en casi todo lo que anuncia.
Ya con la mayoría legislativa, sigue la subordinación de los gobernadores, ya en proceso. Para eso son los 32 coordinadores estatales y 300 regionales, coincidentemente el número de distritos electorales. También hay que recuperar el carácter corporativo del régimen, y para ello hay que controlar a los sindicatos: por eso el anuncio del fin de la reforma educativa (para capturar al SNTE), la construcción de refinerías (para el de petroleros), la llegada de Napoleón (mineros). Las negociaciones acerca de la descentralización del gobierno federal le permitirán acercarse a la FSTSE. Ah, y ya también habla con los grandes empresarios, la mayoría de los cuales hizo su fortuna en los viejos tiempos del capitalismo de compadres, y entiende el idioma.
Con gran habilidad, López Obrador concentra el poder y aparenta cumplir lo ofrecido. El residual es la política pública. Es decir, no se definen las políticas públicas para cumplir ciertos objetivos de desarrollo sino, como dijo célebremente Anthony Downs, se construyen para ganar elecciones. No se trata de tener un nuevo aeropuerto para impulsar el desarrollo del país, sino de usar esa construcción para posicionarse políticamente. No se hace una reforma educativa para que los jóvenes mexicanos estén en condiciones de competir, sino para garantizar el control político de la educación. Y para que no haya duda, para eso se reparten becas a media superior y se ofrece un centenar de nuevas universidades.
Si usted utiliza estas tres dinámicas para entender lo que el Presidente electo propone, verá cómo todo cobra sentido: dar la apariencia de que se cumple lo prometido, concentrar poder, y como variable de ajuste, la política pública. Si, en cambio, quiere imaginar progreso o pura demagogia, se confundirá fácilmente.