Soy economista, y la gente me pregunta muchas veces cómo veo los riesgos a la economía de México. Sí, hay nubarrones de tormenta enfrente, siempre tengo que decir. Pero el principal riesgo para la economía de México es la destrucción de las libertades políticas y humanas. El ataque contra nuestra democracia. En eso tenemos que concentrarnos mientras este gobierno con impulsos totalitarios esté en el poder. Me explico.
Cuando analizamos la historia de los activistas del siglo XX, como los hermanos Flores Magón, o de gente tan opuesta y disímbola como Ángel Verdugo y Paco Ignacio Taibo II en los eventos de 1968, nos podemos dar cuenta de que el activismo de redes sociales y de marchas del siglo XXI es mucho más ligerito que lo que tuvieron que vivir nuestros mayores. Literalmente se jugaban la vida por la defensa de sus ideas.
Algunos de ellos fueron constructores de instituciones, como José Woldenberg. Hoy, sus compañeros de la izquierda que están en el poder lo tachan a él y a colegas suyos con experiencia en asuntos electorales, como Lorenzo Córdova y Ciro Murayama, de aristócratas del Instituto Nacional Electoral (INE).
No creo que los jóvenes de 20 años estén conscientes de lo que significaba el régimen de partido único y de que no hubiera una oposición política viable. De lo grave de un José López Portillo que fue candidato único a la presidencia. Tampoco creo que se den cuenta de lo mala que fue la cultura del tlatoani presidente. Sí, adentro del PRI habían diferentes corrientes, y Miguel de la Madrid fue muy diferente como presidente a López Mateos y más diferente que Lázaro Cárdenas, pero éramos un país de único partido, donde la democracia liberal y sus valores no se aceptaban como una forma válida de gobierno.
Esto se parece mucho, con matices, a lo que está ocurriendo en China. Xi Jinping ha difundido la teoría de que los valores de la democracia liberal son una forma de colonialismo cultural. Las libertades individuales, los derechos universales humanos, son una ficción occidental, una hipocresía. También niegan que realmente los que vivimos en países democráticos y liberales somos libres.
En México, los liberales de Juárez ganaron la batalla de las ideas políticas, y se suprimió a los conservadores de la época. Rara forma de ser liberal; suprimir al de enfrente. Cierto, tenían ideas monárquicas, ultracatólicas y explotadoras. Pero, no alcanzamos un equilibrio. Hay ciertas cosas que se tienen que cambiar, en todas las sociedades; y hay otras que se necesitan conservar. Nuestra lucha política es la de enemigos de la patria versus sus defensores. Todos los lados de la batalla campal política se adjudican las virtudes y le achacan los defectos a los de enfrente. Somos un país donde la política destruye mucho más de lo que construye.
Estamos retornando a una versión de democracia priista-socialista. El sindicalismo, la política de gremios y organizaciones vinculadas al poder, la votación a mano alzada en mitin, el control de los medios, y el embate del tlatoani contra fuentes de poder diferentes al suyo, son señales claras.
Macario Schettino, en uno de sus magníficos podcasts, lo expresaba como una lucha ideológica, en donde hay algunos que piensan que el poder económico tiene que estar por encima del poder político, y otros que piensan al revés. El pueblo no es poder económico ni político, y puede sentirse atrapado entre lealtades. De un lado, los ciudadanos y sus hijos menores tenemos el dilema entre cuidar el sustento, o cuidar nuestras ideas políticas.
Macario articula esta idea dentro de la cultura de la negación del otro. Pero, en la narrativa de los de enfrente, los fascistas siempre son de la extrema derecha. Extrema derecha son todos los que no comparten las ideas del presidente. Extrema derecha son Peña, Salinas, Zedillo y Satanás. Nada bueno salió de esos gobiernos, en el discurso presidencial de hoy.
A menos que encontremos una cultura de reconciliación, donde los que no somos de izquierda reconozcamos a gente como Woldenberg; pero también donde la izquierda le otorgue algún logro a los gobiernos, instituciones y cosas buenas que no salieron de sus filas, esto va a acabar en madrazos. El activismo ligerito de Twitter va a terminar en balazos y golpes como los de 1968. ¿Eso deseas para tu país, Andrés? Yo no. Cientos de miles el domingo te dijeron que no. Toma nota. Escúchanos.