Para Alejandro Hope, ‘in memoriam’.
Mi querido Alejandro: Lamento mucho no haber podido despedirme de ti. El jueves 27 de abril iba en el autobús camino a Puebla, y supe que necesitabas donadores de sangre. Te escribí, pero ese mensaje seguramente ya no te llegó. Al día siguiente, como a las nueve de la mañana, supe que te nos habías adelantado, canijo. Me dolió mucho. Fuiste un colega entrañable en tus años en el IMCO; y después en muchas ocasiones supe que eras un buen amigo, y que podía contar contigo.
En mi nota de hoy quiero hablar del Hope que yo conocí. Antes de que colaboráramos juntos en el IMCO, Juan Pardinas te llevó un par de veces a la oficina. Sabíamos que trabajabas en temas de seguridad nacional, y que no podías platicar de ellos; pero nos dabas muy buenos consejos de cómo pensar en los temas de delincuencia y crimen.
Después colaboraste con nosotros en el IMCO, durante los años que estábamos en la casona de Musset 32. Todos ahí sabíamos que eras un fuera de serie. Fundaste la práctica de análisis de delincuencia en el IMCO, con tu iniciativa llamada “menos crimen, menos castigo”. La teoría era simple, y nos la explicaste muy bien. Cuando los grupos delincuenciales se trasladan a actividades de crimen depredador, el costo social es muy alto. Por ello, los crímenes más terribles tienen que tener una respuesta total y profunda por parte de las autoridades, y se tiene que generar un entendimiento implícito: hay líneas que no se pueden cruzar. De esa forma, en la medida en que estos crímenes innombrables se reduzcan y desaparezcan, el Estado debe reducir el castigo.
La trayectoria de aproximación al castigo de los delitos más salvajes es en sentido contrario de lo que hemos hecho en México. Hemos dejado subir la temperatura del agua a un nivel en el que ya quema, y no quedan más opciones que brincar afuera de la olla o morir cocinado.
En esos años, hiciste el análisis de qué pasaría con los grupos delincuenciales mexicanos al perder la mayoría de sus ingresos en el momento en que se legalizó la marihuana en muchos estados de Estados Unidos. Predijiste el aumento subsecuente de la violencia, y el hecho de que seguramente se moverían a otras actividades quizá más rentables, quizá más depredadoras. La crisis del fentanilo en Estados Unidos seguramente fue una consecuencia natural de lo que tú viste casi una década antes de que ocurriera.
Gente que no te conoció personalmente me dijo que tus columnas en El Universal eran un oasis de buen juicio e inteligencia. Es absolutamente cierto. No solamente se nos fue el amigo inteligente, de buen talante y generoso que tuvimos los que te conocimos. Se nos fue una de las mejores mentes en tus temas de análisis, los de la dinámica de los criminales, que tristemente son muy relevantes en el México de hoy.
Conocí el libro Mortality, de Christopher Hitchens, uno de tus periodistas y escritores favoritos, gracias a ti. Por ello, estoy seguro que mi carta abierta te causaría mucha risa, porque el misticismo y la vida después de la vida no era lo tuyo. Tampoco es lo mío, mi querido Hope, pero necesitaba despedirme y darle a mis lectores un vistazo, un último homenaje, a una de las mentes más preclaras que he tenido la oportunidad de conocer.
Ojalá esta nota llegue a Maria Julia, a tus hijos Lorenza y Andrés, y a toda la gente más cercana que yo que seguramente te extraña. Quisiera decirles a todos que aquí estoy para servirles, y que aunque sea poco lo que pueda yo hacer por ustedes, que los acompaño en su dolor y pérdida.
Me queda el consuelo de que tu legado ahí está. Pensaste, escribiste, publicaste, muchas y muy buenas ideas respecto a cómo componer la podredumbre actual que hay en México. Mantenías un equilibrio de manera magistral: a pesar de ese sarcasmo que te caracterizaba, estoy seguro que eras optimista respecto al futuro de México y los mexicanos. Por eso digo, en el título, que en el apellido llevabas la esperanza.
Nos vas a hacer mucha falta en los años por venir, mi estimado Hope. Pero tu legado está ahí, y estoy seguro que muchos lo retomaremos y serás un referente para nosotros, durante muchos años por venir. Prefiero pensar que no te moriste; que sobrevives ahí, en las ideas que nos dejas. Vamos a extrañar tus anécdotas, que todas eran buenísimas; ya no tendremos destellos de tu gran sentido del humor, pero nos quedará el enorme gusto de haberte conocido. Buen viaje, mi querido amigo.