Las autoridades de salud de la República, que diluyen vacunas, abrogan normas oficiales, vaporizan presupuestos públicos de salud, antagonizan con pacientes terminales y sus familias, han prohibido la comercialización y el uso de vaporizadores para el consumo de tabaco y sus derivados.
Ya no soy fumador. Lo fui entre los 14 y los 28 años, durante los cuales me excedí en la dosis diaria de cigarrillos. Cuando era estudiante de economía podía fumar 40, 60 cigarrillos en un día. Estoy seguro que mi capacidad pulmonar sufrió como resultado de ello. Dos neumonías que he tenido, una de ellas pos-Covid, me hicieron pensar seriamente que un día no me despertaba.
Cuando era un chamaco y no tan chamaco chacuaco, yo sabía perfectamente que el consumo de tabaco, inhalando el humo de cigarrillos en combustión parcial, era perjudicial para mi salud. Sin embargo, seguí haciéndolo. Así son las adicciones. Francamente, empecé a fumar a los 14 años, en parte por imitación, en parte por ocioso, en parte por una búsqueda de sustancias que me ayudaran a regular mis emociones. Otros amigos y conocidos, con experiencias similares con alcohol y drogas, buscaban algo parecido. Relajación, expansión de la conciencia, o una combinación de ambas. «El tabaco te chinga y no te pone. Mejor fuma marihuana. Esa te pone y no te chinga», me decía un condiscípulo convencido de las propiedades místicas y de salud del cannabis. Fuera de su falsa creencia sobre la inocuidad de la mota, creo que su tipología de análisis es útil para pensar en la prohibición del tabaco vaporizado.
Si yo fuera un joven de bajos recursos en una ciudad mexicana, probablemente una opción altamente asequible para expandir la conciencia, reducir la angustia, controlar el hambre y filtrar la dura realidad sería inhalar solventes. Cinco pesos de estopa y 20 pesos de tíner serían mi gasto semanal, por ahí, en sustancias recreativas. Seguramente sabría que en la escala del «qué tanto te chinga y qué tanto te pone», «la mona» estaría en el plano cartesiano arriba y bien a la derecha. Pero aún así, la usaría; en esa realidad, es lo que hay.
La nicotina no te «pone». No altera la conciencia, aunque a los adictos los relaja. Pero te chinga, especialmente, porque la combustión incompleta de tabaco produce alquitranes pesados que tienen todo tipo de sustancias, muchas cancerígenas, que se pegan a los pulmones, tráquea, lengua y dientes. Los vaporizadores son un cambio tecnológico, que permiten consumir nicotina por la vía pulmonar sin monóxido de carbono y sin una fracción importante de las sustancias nocivas que resultan de la combustión de la hoja del tabaco.
Por supuesto que vaporizar hace daño, pero el daño es menor que el de fumar cigarrillos. Por eso este cambio tecnológico es relevante: permite la reducción a los daños de la salud de los que son adictos a la nicotina, y que no quieren, pueden o deben dejarla por cualquier circunstancia. Por supuesto, que después de vaporizar aparecerán en nuestros pulmones otras sustancias que no estaban estudiadas, porque no absorbíamos nicotina de esa forma, y seguramente habrá más de una que haga daño. Pero, a estas alturas, asegurar que vaporizar es más peligroso que fumar, es mentir.
También, y dado que hay gente joven tratando de modular sus sentimientos o expandir su conciencia y que explorarán sustancias para hacerlo, creo que la sociedad debe preferir que consuman nicotina a través de un vaporizador y no inhalen mona, o consuman metanfetaminas, o esnifen cocaína adulterada.
No sé por qué a Alcocer y a Gatell, o al mismísimo prohibicionista tabasqueño de Palacio, les espantan tanto los vaporizadores. Probablemente porque ese vehículo eficiente para calentar aceites e inhalarlos puede usarse para vender otras drogas, y abre la puerta a la experimentación con gamas nuevas de sustancias. También, porque son autoritarios y enemigos de la libertad individual. Ellos preferirían tomar decisiones de salud por nosotros, en lugar de darnos arbitrio e información para que tomemos nuestras propias decisiones.
La prohibición hará que los vaporizadores se usen, sobre todo, para sustancias ilegales, con métodos mal estudiados. En su afán de meterse en la vida de los demás, las autoridades sanitarias mexicanas van a dejar un cambio tecnológico importante en manos de criminales. El día que nos vendan heroína con fentanilo en vaporizador, en ese momento realmente serán peligrosos. Prohibir esa tecnología es una manera de asegurar y acelerar ese resultado.