Costo de oportunidad

A fuego lento

Estamos obligados a hacer tres cosas: reducir el consumo de energías que incrementen la concentración de carbono atmosférico, adaptarnos a un clima cambiante y enfriar al planeta.

Decirles a mis amigos lectores en El Financiero que hace un calor espantoso en el centro de México no es noticia. Yo llegué a México en 1983, pero vine de vacaciones dos veces en 1981 y 1982. Francamente, no recuerdo un período más caluroso; aunque es posible que me equivoque, entiendo que las cifras respaldan mi sensación. Leí hace unos días que la NASA registró 81.5ºC en el Desierto de Altar en Sonora, y que esa es la temperatura más alta registrada en cualquier lugar del planeta en cualquier momento de la historia.

Las planchas de concreto chilanga, guanata y regia son calurosísimas, pero hay muchos lugares con aire acondicionado en todas partes. Paradójicamente, esa maravilla de la vida moderna, que hace habitables lugares imposibles como Texas, consume alrededor del 10 por ciento de la energía global. Usamos energía para enfriarnos, y parte de esa energía consumida crea emisiones de carbono con efecto de calentamiento atmosférico.

El catastrofismo es una mala estrategia para atacar un problema. Desde el punto de vista analítico, no tiene mucho sentido intentar resolver un problema que no tiene solución. Desde el punto de vista de comunicación pública, hay mucho experto en esas cosas que acude al catastrofismo para jalar agua a su molino mediático. Pero creo que ello genera efectos indeseados; la gente pierde la esperanza de que los problemas pueden y deben resolverse.

Por ejemplo, vea usted la comunicación pública del Estado mexicano alrededor del tema del agua. Desde tiempos inmemoriales, la narrativa que pedalean en el tema es que el agua se va a terminar, y con ella, se va a terminar la vida en el planeta. A nadie se le ocurre decir: “El agua es escasa porque no podemos producir nueva, pero podemos limpiar, reutilizar, reciclar, la que existe. Para ello, necesitamos dinero. Creemos sistemas de distribución de agua que cubran el costo de oportunidad de hacer todo eso”. Esa narrativa es aburrida, da flojera, y abre espacio para loquitos que juran que los tecnócratas queremos privatizar el agua.

Con el efecto antropogénico sobre el clima ocurre algo parecido, pero es bastante más complejo, porque las soluciones implican coordinar a un montón de gente con visiones del mundo muy distintas. En los próximos 50 años, estamos obligados a hacer tres cosas: reducir nuestro consumo de energías que incrementen la concentración de carbono atmosférico, o sea las fósiles; dos, nos tenemos que adaptar a un clima cambiante; tres, tendremos que adaptar al planeta para enfriarlo razonablemente, con soluciones de geoingeniería. La tercera solución se la tenemos que dejar a países con mayores avances tecnológicos y recursos materiales que México; pero podemos instrumentar una muy natural: la reforestación y la fertilización oceánica. Árboles y algas procesarán el CO2 atmosférico por nosotros.

Hace años, leí sobre un grupo de científicos estadounidenses (claro) que ha pensado en bombardear las capas de la atmósfera con partículas muy finas de aluminio que tapen los agujeros en la capa de ozono. Otras soluciones toman óxidos de carbono atmosféricos y separan átomos de carbono y de oxígeno, liberando el oxígeno a la atmósfera y enterrando el carbono atmosférico. Como plantas, pero mecánicas.

En el futuro, el petróleo y sus derivados nos servirán para guardar energía en caso de emergencias, pero no serán energías de uso diario. Ese proceso ya empezó en el mundo, pero algunos gerontócratas de la izquierda mexicana no quieren verlo. Hoy son los principales responsables de una red eléctrica cara, insuficiente, que no puede invertir en su propia expansión porque no permite la generación privada con fuentes renovables, que además ya son mucho más baratas que las derivadas del petróleo.

En el caso de reducir consumo de combustibles fósiles, tenemos que empezar ya. La ley en México ya estaba diseñada para ello, y el gobierno del presidente López decidió incumplirla y salvar a la industria de energía fósil. Hay que volver al esquema energético que dejó el presidente Peña.

En el tema de adaptación, necesitaremos infraestructura como diques, presas, canales de riego; pero también necesitaremos invertir en innovaciones como la biotecnología agrícola. El maíz que conocemos no subsistirá en un México mucho más caliente y seco. Necesitamos adaptarlo al nuevo clima. Sí, esto genera resistencias. Adoradores de Tata Lázaro no quieren energía renovable en México. Yihadistas de lo autóctono no quieren biotecnología agrícola aquí.

Entonces, nos asaremos a fuego lento en las brasas de nuestra indolencia e ignorancia.

COLUMNAS ANTERIORES

El aguacate: lo mejor del campo mexicano
Las invasiones del norte

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.