El Financial Times en este fin de semana muestra evidencia de expertos que apunta a que la inflación que estamos experimentando en alimentos está relacionada con el cambio climático. Dado que la gente forma sus expectativas inflacionarias con base en los alimentos, los bancos centrales están preocupados, porque sus instrumentos usuales, como los aumentos de tasas de interés, son menos eficaces para reducir la inflación.
Si la productividad en la economía global estuviera creciendo, los bancos centrales podrían no ser tan estrictos en su política monetaria. Pero todo indica que en el agro global, la productividad está cayendo, y ello ocurre por los cambios en el clima.
La gráfica de temperatura promedio global de 2023 muestra una separación muy importante a la de todos los años desde 1940. Seguramente 2024 será igual. Esta es una pregunta que habrá que hacer también a los aseguradores agropecuarios: cómo están incorporando en sus modelos de riesgo que sequías e inundaciones que ocurrían cada 100 años ahora tienen una probabilidad no trivial de ocurrir cada 10 o 20 años.
Seguramente el conflicto ucranio-ruso también sigue presionando al alza los precios de los principales granos y commodities agropecuarios. La guerra ha continuado. Hace tres años que empezaba, calculábamos que entre 8 y 10 por ciento de las calorías que consume el planeta estaban atrapadas en ese conflicto. Después de tres años, podemos esperar que la producción y los inventarios hayan caído proporcionalmente por año. Entonces, no es descabellado pensar que hay una contracción de la oferta agroalimentaria básica del 25 por ciento, y los precios seguirán subiendo.
En México, el fenómeno se ve agravado por dos complicaciones. Una, el cobro de piso por parte del crimen organizado a nuestros agricultores y comerciantes de granos. El otro, la resistencia a producir granos básicos utilizando biotecnología. Puedo entender la resistencia en zonas que son centro de origen de muchas razas de maíz autóctono, pero no puedo entenderlo en la agricultura comercial. Es más: no puedo entender que quien ha sido anunciado como el próximo secretario de agricultura federal, el sinaloense Julio Berdegué Sacristán esté orgullosísimo de que en México “no se produce un kilo de maíz transgénico (sic)”.
Primero, ya la tecnología evolucionó. Ya no es necesario inocular genes de otras especies. Las nuevas biotecnologías en realidad son cisgénesis. Son expresiones en diferente orden de los genes de una planta.
Segundo, es inocente pensar que la gente no toma maíz de costales de importación y lo siembra. Seguro tenemos maíces genéticamente modificados en territorio mexicano que fueron diseñados para Nebraska.
Tercero: ¿por qué no sembrar soya GMO? Esa no representa riesgos de cruzas genéticas con ninguna especie local, y podría aumentar la productividad de la tierra, dejando terreno disponible para la conservación de bosques y selvas. La deforestación sí pone en riesgo a México porque nos quita resiliencia climática. Seguir malgastando tierra, para producir maíces con productividades mínimas, que no están adaptados al clima extremo de hoy, es un despropósito.
Ojalá el pensamiento científico le gane al fanatismo en este tema. Aquí veremos qué tan científico es el gobierno de Claudia Sheinbaum, quien tendrá que resolver sobre esto, porque se nos viene una controversia con los Estados Unidos por el comercio de grano genéticamente adaptado.